Nietzsche y el Laberinto de Ariadna, curso de Ricardo Espinoza Lolas en La Central. Barcelona.

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Ayer se inició en Barcelona un nuevo seminario sobre “Nietzsche y el laberinto de Ariadna” impartido por el Catedrático de Filosofía contemporánea Ricardo Espinoza Lolas[1]. Personalmente, no es la primera vez que asisto a una charla o a un seminario de este apasionado investigador de un Nietzsche tardíamente recompuesto. Su lectura, según él la neutra, no es la mayoritaria que fluye aún por muchos países europeos y latinoamericanos, pero es asimismo más que una simple lectura, una experiencia, una vivencia que él mismo se ha esforzado en recuperar de lo que Nietzsche sintió, vivió y pretendió transmitir, aunque de forma nada convencional. No era un filósofo al uso, sino una confluencia de filología, arte, música y filosofía, cuyo resultado es la elaboración de un tropo metafórico que contiene muchísimo más de lo que podríamos aprehender, si leyéramos -como según Espinoza dijo, la tradición alemana, francesa y parte de la italiana- a Nietzsche como un académico. Lo cual es harto difícil ya que no aparenta orden y estructura en su obra, aunque sí finalmente, asevera Espinoza, método y consistencia.

La introducción biográfica fue el punto de partida de la primera sesión. Sin esos elementos parece imposible entender qué decía Nietzsche en sus escritos. Aunque como ya expuse en un artículo[2] las lecturas de Nietzsche han seguido la tradición de Heidegger situando la voluntad de poder como piedra angular o bien el punto de inflexión, que Ricardo Espinoza explicaba, producido a partir de 1964 momento en el que, en un congreso en el que se hallaban los grandes especialistas de Nietzsche, Giorgio Colli y Mazzino Montinari tuvieron la osadía tras consultar y estudiar a fondo los archivos de Nietzsche que “La voluntad de poder” como obra escrita por el alemán no existía, sino que fue una construcción ad hoc para satisfacer los intereses de la hermana del genio.

A partir de aquí, se inicia una revisión de los escritos de Nietzsche que para muchos supone releer desde parámetros no falseados los textos originales y verídicos. Como ejemplo, Delleuze publicó un segundo libro sobre Nietzsche en 1965 en el que reconocía la inexistencia del famoso volumen inventado y situaba a Nietzsche desde otra perspectiva.

Pero lo más destacable, a mi juicio de las charlas que Espinoza imparte sobre Nietzsche es la vivencia que hace de él. Intenta ponerse en su piel y le bulle la pasión y la energía que tal vez el propio Nietzsche hubiese puesto intentado que no se pervirtieran sus textos y lo que quiso decir, porque era parte de su dura introspección y de su experiencia.

Una muestra relevante de lo mencionado es la experiencia que tuvo Nietzsche en Sils Maria, y. en concreto, en sus paseos y andanzas por los bosques en la localidad suiza de Silvaplana donde se encontró, como si llevara allí tiempo esperándole, la que se conoce como la Roca de Nietzsche. Ésta se sostiene allí, impertérrita a los cambios de la Naturaleza y el filósofo se siente embriagado por su presencia. Se pasa horas abrazándola desde todos los ángulos…y es allí donde explica Ricardo Espinoza que Nietzsche aprehende en qué consiste el eterno retorno. ¿Una repetición de lo mismo por toda la eternidad? ¿El desafío que constituye el vivir? ¿El destino? Tal vez, la fusión con nuestro origen Natural y con su fluir y dinamismo que nos lleva a los humanos a abrazar la vida por sernos propia, a pesar de la dureza de la roca, porque sabemos amoldar nuestro cuerpo en un abrazo, o en otro en otra postura, o en una diversidad de ellos.

No he podido evitar pensar en la piedra que el Sísifo de Camus empuja hasta la cima de una montaña, una y otra vez, fracasando en su intento por verse vencido por el peso de la roca y caer reiteradamente al punto de partida. La vida era eso para Camus, un bregar con esfuerzo hacia un sinsentido que nos llevaría a preguntarnos si vale la pena vivir. Pero, y aquí radica la sustancial diferencia, no es lo mismo empujar la vida que abrazarla. En el abrazo se manifiesta la comunión con ella, la fusión con la Naturaleza y emerge inevitablemente Dionisio, bailando y danzando entre el dolor y el desbordamiento de alegría, que sitúa al humano como aquel cuyo reto es querer la vida, no por un acto de voluntad, sino de amor. Esta sea quizás otra diferencia con la interpretación de tradición heideggeriana.

Espero no haber distorsionado, como hicieron con Nietzsche, lo que Ricardo Espinoza Lolas llegó incluso a escenificar en ese fluir de la pasión por lo que para él fue capaz de captar el auténtico Nietzsche. Me salva que ha facilitado suficiente bibliografía y textos como para que este escrito quede en el olvido.

Obviamente, tendría mucho que decir sobre lo que personalmente me apasiona y me admira de Nietzsche, pero no es lo relevante aquí. Sino animar a quien no ha tenido noticia del curso a que aún está a punto de matricularse, creo, porque la modalidad bimodal -presencial y virtual- permite esa flexibilidad. Por mi parte seguiré atenta por si la voz de Nietzsche, a través de Espinoza, me revela más sobre lo que trasluce esa piedra filosofal que, entiendo, el genio alemán halló en Silvaplana.

El Mito de Sísifo. Camus.

[1] https://academialacentral.com/evento/182712-nietzsche-y-el-laberinto-de-ariadna

[2] https://comunaslitoral.com.ar/nota/7451/lecturas-de-nietzsche

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