Desde que el sujeto moderno se convierte en el principio desde el cual se dirime filosóficamente cualquier cosa, emerge el riesgo de situarlo en el objeto mismo de reflexión. Lo cual sabemos que trasciende el lance mismo convirtiéndose en lo empíricamente constatable.
Digamos que, como principio epistemológico este giro moderno es fundamental porque se apercibe de los límites cognoscitivos del humano. Sin embargo, su extensión a otros ámbitos como el sociocultural nos depara un callejón sin salida: el individuo y su sentir, su pasión deviene el sacro irrenunciable desde el cual debe ser repensado todo. La consecuencia es inmediata: lo singular, lo peculiar se eleva como cierto valor irrenunciable que relega a un plano inferior la relevancia de la comunidad política.
Si lo político pierde su lugar en el universo humano, lo humano mismo se está negando a sí mismo como ser social, que requiere de la interrelación con los otros para diferenciarse y, desde su singularidad, hacerse cargo de su necesidad básica del otro, para ser uno mismo.
¿Y qué significado tiene ser uno mismo? Seguramente, ser un humano con una condición propia que no puede ser actualizada sin la interdependencia de los otros humanos. Porque, como afirmaba Savater hace años, solo los humanos nos pueden dar aquello que nos hace más humanos.
La necesidad de buscar la propia identidad en un mundo sin referentes universales y un principio nihilista inoculado en las entrañas de lo humano, exige ser críticos conocedores de qué necesitamos para tener una vida que podamos considerar digna. Sea la que sea, eso sí, mientras los otros posean los mismos derechos y oportunidades de poseer la suya.
De esta forma, la política entendida como el arte de construcción de una comunidad humanamente digna no es un añadido irrelevante de la búsqueda de la propia identidad, sino el punto de partida que me permite buscar el lugar en el mundo en relación y unión con los otros. Cualquier otro intento de búsqueda y construcción de la propia identidad está abocada al fracaso porque prescinde de lo común, de lo que nos une en cuanto singulares y diferentes, pero que por eso mismo nos vincula.
Esto que atribuimos al individuo es extrapolable a la política, ya que la diversidad de grupúsculos, que solo velan por su supuesto interés, menoscaban la posibilidad de que haya un espació político en el que lo diferente de cada uno solo pueda desarrollarse si lo económico como estructura nos sitúa a todos en condiciones de igualdad, que hagan factible esa vida digna de todos o, por el contrario, de ninguno.
PD: nótese que no usamos el término político es us sentido ordinario que se halla en boca de todos poco politiqueo. En rigor, es una reflexión de Filosofía política. Que nadie extraiga conclusiones tendenciosas sobre populismos, nacionalismo, ni otros tipos de ismos.