La infancia es una etapa de la vida mitificada. Entendida como la edad feliz en la que todo se olvida con premura, y de nada se tiene conciencia plena en el fondo.” A los niños todo se les pasa rápido y al cabo de un rato están como si nada, ni se acuerdan” oímos decir a menudo. Es curioso que este tipo de aseveraciones las hagamos los adultos que evidentemente fuimos niños. No sé si esos niños desafectados y felices de los que hablamos, pero sí pequeños individuos, que constituyen nuestros primeros recuerdos y los cimientos de lo que ahora somos, existieron realmente. Dudo que situados mentalmente en nuestra niñez podamos seguir reiterando esa visión mítica de la infancia.
Me cuestiono , si esa mitificación de los niños no es un mecanismo de defensa y de exculpación de la incapacidad que sentimos ante el trato con ellos, cuya inocencia y fragilidad ponen en cuestión nuestra forma de enfrentarnos a la vida y de vivir. Ante la crudeza de la sociedad, a la que los adultos ya estamos avezados, fingimos la inconsciencia de los críos porque eso nos tranquiliza. Tal vez hasta que nos explota en la cara fenómenos como el bullying, que son expresión de las contradicciones de una educación impostada, fingida para edulcorar el mensaje auténtico que la sociedad transmite a los individuos: “el mundo es para los pilotos, no para los que siempre miran”-algo así reza un anuncio televisivo-
Lo relevante aquí, es que la infancia no es una etapa “cero”. Es un periodo en el que las personas construyen el eje emocional y moral, y en el que por tanto aprehenden más por lo que reciben afectiva y ejemplarmente que por los discursos que se puedan proferir. Un niño no sentirá que se le quiere si se le dice y, simultáneamente, se le muele a tortas. Como mucho se conseguirá originarle un conflicto emocional.
Ahora bien, sí hay algo envidiable para muchos adultos respecto de la infancia, es esa esperanza alimentada por una imaginación casi virgen, que les permite creer que la magia es posible, contra toda evidencia, porque el futuro tiene una función capaz de transformar absolutamente las vidas, como en los cuentos de hadas. Y así puede sobrevivir un niño a la adversidad. Agazapado a una brizna de esperanza que engrandece su imaginación, y la creencia firme de toda posibilidad.
Desmitifiquemos la infancia y estemos prestos al dolor y el sufrimiento que padecen, porque creer que solo son felices únicamente recubre nuestro sentimiento de culpa.
Tras esta arenga escrita hace ya unos años, la constatación actual sería algo distinta. Entiendo que hoy en día la percepción que predomina, en occidente, es que los niños son tiernos, sensibles y débiles y hay que sobreprotegerlos, para que no se traumaticen. Los consideramos menos capaces de los que son y, a menudo, contribuimos a su debilitación.
Lo paradójico es que, a falta de tiempo, intentamos compensarlos con cosas, como si estas pudiesen darles eso que no les damos nosotros: sustituimos el afecto por lo material, e inconscientemente les estamos transmitiendo que el tener puede sustituir al ser.
Los niños ya no son esos tipos pequeños que no se enteran de nada, sino seres que consideramos que cualquier ofrenda material contribuirá a luchar contra cualquier trauma. Sin darnos cuenta, los estamos cosificando, ya que hemos pasado de considerarlos felices por naturaleza a infelices y carentes que se transforman con la posesión de cosas.
Entre mitificar la infancia o cosificarla debe existir un término medio que no somos capaces de atinar o, bien, que nos estamos en condiciones de dar, porque exige un tiempo que no tenemos y una calma mental y una paciencia de la que también carecemos.
Je crois fermement à la mémoire de l’enfance. Elle demeure le véritable jardin de mon existence, avec de un potager floral qui donne du bouquet à passer à tablepour goûter à tous les délices de la vie.
Les adultes immatures détestent l’enfance qu’ils réfutent par fourberie. C’est cette règle qu’ils imposent à l’enfant pour qu’il cesse de dessiner à main levée.
Je t’embrasse Ana.
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