Decía Ignacio de Loyola «En tiempo de desolación nunca hacer mudanza, más estar firme y constante en los propósitos y determinación en que estaba el día antecedente a la tal desolación, o en la determinación en que estaba en la antecedente consolación. Porque, así como en la consolación nos guía y aconseja más el buen
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Virando desde la ingenuidad del infante cuyo cristalino mirar solo percibe la transparencia de los gestos y arrumacos que recibe, sin posibilidad de entrever lo velado y auténtico, advenimos versiones creativas de esos adultos que han jugado sucio en nuestra presencia; aventajamos en impostura a los que nos han precedido, deviniendo opacos y oscuros para
La infancia permanece en un lugar recóndito de nuestro interior formateada como un conjunto de emociones que remiten a supuestos hechos de los que, en realidad, recordamos los que constituye nuestra experiencia básica. Para algunos, es un paraíso perdido ornamentado de fantasías, que genera añoranza y melancolía por lo idílico dejado atrás. Para otros, sin
El otoño, en los humanos, también exige mudar ciertos apéndices que no son invariables –como los árboles mudan sus hojas- Pero optamos por comportarnos como seres perennes, como si el tiempo y la edad pasaran en balde. Preferimos continuar siendo jóvenes eternos, aunque sea lo más ridículo que podemos hacer con nosotros mismos.