Al filo de la navaja

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Estamos siempre al filo de la navaja [1]aunque no seamos conscientes de ello. El instante en el que ahora nos hallamos, yo mientras escribo, vosotros mientras leéis, puede voltearse y dar un giro de ciento ochenta grados, convulsionando con una fuerte sacudida la tranquilidad que aparentemente vivíamos. Esta incertidumbre que nos acompaña, y el riesgo invisible que nos acecha, se ha hecho patente y hemos tomado más conciencia de él a partir de la pandemia por el virus del virus SARS-CoV-2, seguida, o superpuesta, en su período menos intenso por la sacudida geopolítica y económica que está provocando la guerra entre Rusia y Ucrania -al menos son estos los contendientes en litigio, aparentemente-. Estos acontecimientos han dio urdiendo un imaginario colectivo de que todo es posible a peor. La amenaza de ataques nucleares de que forma explícita o implícita utilizan todos los implicados en la contienda, ya no nos resulta algo inverosímil a tenor de la falta de sentido común de unos y otros. Hemos comprobado, en primer lugar, por la poca transparencia y las zonas oscuras que ha supuesto el origen y la producción de las famosas y controvertidas vacunas[2] que las pandemias pueden ser panificadas o, al menos, cabe la sospecha de ello. En segundo lugar, que la famosa creencia de que no habría otra guerra en Europa, tras la II guerra mundial, era una quimera y que aún desconocemos los derroteros que tomará el conflicto bélico y si se acabará extendiendo o no.

Si el entorno social, político más amplio es imprevisible, nuestra mísera existencia no es más que una mota de polvo que puede ser sacudida en cualquier momento. Vivir al filo de la navaja nos invita a aferrarnos al momento y degustar lo imprescindible como una especie de dádiva divina: tener medios para subsistir y vivir sin aprietos económicos, los gestos amorosos, los pequeños logros de los que queremos, ser capaces de dar al otro y que se establezcan lazos de reciprocidad, …y mientras estemos así de bien ser com-pasivos con los otros, y servir de red de apoyo a los que padecen situaciones mucho más precarias.

De aquí a unas horas, podemos ser nosotros los que estemos destripados de dolor, sufriendo como nunca hubiéramos imaginado e inclusive quedarnos sin pan, sin techo y sin trabajo. O ¿es que alguien se cree invulnerable?

La locución latina “Carpe diem” que tanto se ha criticado como supuesto principio de los posmodernos, se convierte cada día en un referente realista. No podemos vivir con la perspectiva de un futuro que no sabemos si tendremos, y cuya naturaleza nos es inconcebible. Aprovechemos, pues, el presente, pero no como ególatras insensibles. Esto no es más que un desperdicio; aprovechar el presente es dejar fluir lo que de más limitadamente humano hay en nosotros con los Otros, sin ellos no somos más que estatuas de mármol impolutas, pero sin goce y sin vida.


[1] La frase se puso de moda en el mundo occidental cuando el escritor británico W. Somerset Maugham (1874-1965) publicó su novela El filo de la navaja. El difícil equilibrio necesario para andar ese camino es lo que esos textos comparan con el filo de una navaja. El protagonista de Mauham viaja a la India y allí con ayuda de un gurú aprende a vivir en ese filoso límite para alcanzar lo que los hindúes llaman la Iluminación, o sea, una total liberación espiritual. El argumento de Maugham inspiró una película estrenada en 1946 con algunas de las estrellas más famosas de la época. Hoy son muy pocos los que al afirmar que la solución de un problema personal está pendiente del filo de la navaja tienen presente que esa frase se remonta a uno de los textos milenarios más sabios de la India. (https://original.revistaelabasto.com.ar/108_zimmerman_frase_el_filo_de_la_navaja.htm

[2] Al respecto recomiendo la lectura de “Pandemia y posverdad” de Jordi Pigem. Editorial Fragmenta.

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