Culebrilla

No hay comentarios

Se deslizaba sinuosamente bajo la mesa del comedor, enredándose como una hiedra entre las patas de las sillas, con sumo cuidado para no romper el silencio que destilaba la sala. Era menudo y hábil, lo cual le otorgaba una ventaja adaptativa en el entorno de crispación en el que se hallaba. Parecía el niño serpiente, con esa discreta astucia para no ser ante los otros, que no eran sino amenazas andantes y acechantes. Solo ser silente, invisible, imperceptible para transitar todo el espacio disponible y satisfacer sus necesidades más básicas. Transcurrían los días y los otros no se preguntaban por la ausencia del pequeño, antes bien se hubieran desquiciado si hubiesen notado su presencia. Así es que el pequeño ofidio existía de la única forma que era posible: sin estar en lugar alguno, sin molestar, sin que su rostro sugiriera exigencia alguna. De lo contrario, hubiera sufrido de forma continua lo insoportable y esa forma de martirio ya la había experimentado antes de aprender a ser lo único que podía ser: una nada, una absoluta ausencia una inexistencia. Así creció hasta que los otros fenecieron; sin embargo, cuando pudo deambular sin temor por aquel espacio ya no sabía cómo hacerlo, se desorientaba si se sostenía de pie y veía el mundo desde arriba. Se había convertido en una auténtica culebra y por ello sobrevivió durante años alimentándose de insectos y otros artrópodos.

Moraleja: si te imponen una existencia que no te hace justicia, renuncia a existir.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s