Pasó Sant Jordi, y ¿ahora qué?

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Pasó Sant Jordi. La avalancha de gente que llenó todas las ciudades de Catalunya ha vuelto a su redil. Las librerías y los libros pasan a hibernar, en su mayoría, hasta el año que viene que, con suerte ni caerá una tromba de piedra, a lo mejor cae en festivo y el sol preside toda la jornada.

El día de ayer constituye una luz cegadora que puede hacernos ver fulgores que poco a poco se irán disipando y situando cada cosa en su lugar. No son tiempos para la lectura. La vorágine y la rapidez con la que vivimos no nos permite disponer de ese tiempo tranquilo para leer. Como mucho, los audiolibros de ciencia ficción y fantasía pueden ejercer cierta atracción en los que, soportando largos trayectos hasta su lugar de trabajo, estudio, …se aíslan de un entorno hostil y huyen hacia mundos que cada vez están menos lejanos al nuestro. Anticipan la distopía hacia la que parece que nos dirigimos, y que aventuraron escritores como Huxley, Orwell, …a grandes trazos.

Quién sabe si en unos años Sant Jordi tendrá secciones especializadas en libros producidos por inteligencias artificiales, y despertarán el interés de los lectores por encima de los que hayan podido escribir personas. Quién sabe si la leyenda cambiará y el mítico Dragón será cibernético y Sant Jordi un robot muy aventajado; y a la princesa le dará igual quién gane, pero estará programada para deleitarse con la rosa, sea de quien sea la sangre que la genere.

Nos hallamos inmersos en un momento de incertidumbre, prevenciones, miedos, por un lado, y de entusiasmo desmedido por otro, respecto de lo que podremos hacer con la IA y lo que haremos. Lo que se puede no siempre es lo que se debe, porque a lo que se debe hay que imponerle la exigencia de no anular lo que fluye naturalmente de la condición humana. Hacer réplicas de nosotros mismos que nos superen en eficacia y no dispongan de criterio ético alguno, no es más que el colofón de lo que desde hace años se viene haciendo al denostar las humanidades y exaltar la ciencia y la tecnología como el conocimiento superior que debe trazar el desarrollo de nuestras sociedades.

No es solo una cuestión pragmática de puestos de trabajo, o un ataque de romanticismo decimonónico, sino la urgente necesidad de reflexionar sobre qué tipo de sociedades queremos y cómo garantizar que sean más humanas -en el sentido de que el individuo humano siga teniendo su lugar insustituible-. Tal vez el cambio climático arrase con la especie antes de que provoquemos otro sinsentido, o quizás no; y en unos años, yendo nosotros por detrás del desarrollo tecnológico, nos descubramos habitando un mundo en el que no nos reconozcamos y sea árido, extraño y del que nos sintamos expulsados, tal y como nos concebimos hoy.

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