Zascandileamos por el mundo, así como lo hacemos por nuestra propia existencia; no con la voluntad de enredar ni inquietar a los otros, sino en mera sintonía con el caos sistémico e interior del individuo en estos tiempos que parecen no transcurrir más que para reiterarse. Somos la reverberación de un sinsentido: una nada endémica.