Me fugo, pletórica en la fugacidad que nos/me acontece. Y no es que esté anunciando una huida, en el sentido ordinario del término, sino un deseo de seguir siendo transformación continua que ignora en qué sentido o hacia dónde va. Una transfiguración sin telos, sin propósito ni fin. Dinamismo de no ser nunca quietud como
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A quien se siente sobrepasado por la realidad, no le restan más que subterfugios falaces consistentes en: rebelarse contra ella legitimándose como víctima sin receso, o bien la huida eterna. La primera opción implica deformar lo que acontece, como si el sujeto preso de una paranoia, sintiera todo suceso como una especie de ánima maligna
En las afueras –de las afueras- siempre hay otro lugar. La fuga es una quimera.
Sobre cómo escabullirte, sin necesidad, diciendo que te exilias sin serlo, y acabar siendo un fugitivo de la ley, que no un exiliado que es el término del que huye por motivos políticos, no penales. Razón: Puigdemont. Precios ajustados.
El pasado, en cuanto constituye experiencia, no puede ser empujado al ostracismo, porque deviene el conocimiento básico a partir del cual nos configuramos. Es más, si ese supuesto “pasado” es ya experiencia, no es en absoluto “pasado”. Existe una epidemia cultural con tendencia a despreciar el pasado, como aquello a lo que ya no merece
