El desafío estaba datado. Después de cuarenta años ambas mujeres –niñas en su momento- estaban dispuestas a vivir un reencuentro inimaginable, y por tanto un pasado que, enterrado por la urgencia de la desaparición repentina, les había causado abandono y el menosprecio de sí mismas que conlleva cualquier ausencia sin previo aviso. El nerviosismo convulsionaba
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Disponemos de una línea de tiempo incierta para metabolizar cuanto se desliza sobre ella. No siempre, no obstante, se nos brinda la posibilidad de atenderla con cautela y paciencia para, desmenuzándola, insertarla en el relato global de la vida. Pero, hay cierta constancia porque los restos de todo acontecer quedan depositados en algún recodo de
En ocasiones, el pasado deviene una sombra difusa de lo que nos ha pertenecido porque la memoria escudriña la forma oportuna de reminiscencia, es decir, qué y cómo recordar para seguir viviendo.
La pérdida de una comunicación íntima desnaturaliza cualquier vínculo, que pasa a sostenerse en los resortes de un pasado auténtico.
No hay regreso de facto posible, ni querencia debería, al pasado que plácido o nefasto finiquitó. Tan solo hay noción y emociones asociadas a ese tiempo anterior, que se metamorfosea como presente si no se zanjó en el interior.
El pasado no es tiempo propiamente, sino lo que recordamos o regresamos al corazón insistentemente. Así, constituye presente activo latiendo al ritmo de nuestra actualidad, fundido y confundido.
El pasado, en cuanto constituye experiencia, no puede ser empujado al ostracismo, porque deviene el conocimiento básico a partir del cual nos configuramos. Es más, si ese supuesto “pasado” es ya experiencia, no es en absoluto “pasado”. Existe una epidemia cultural con tendencia a despreciar el pasado, como aquello a lo que ya no merece