Aquel que transita por la noche con la voluntad de zafarse del día después, ansía una soledad anónima, llena de otras huidizas voluntades, con quien poder callar, sin más, o dialogar, sin menos.
No es grata la marcha por un día lleno de otros, ávidos de interacción contingente y vana, que no entienden el silencio más que como antipatía o poca educación, y la soledad les parece el castigo a esa descortesía.
Aquel que habita la denostada estancia nocturna se encuentra con su dominio, esa función vital que justifica la imagen que proyectamos, habiendo entendido, en parte, la estructura que nos encorseta y nos lleva a sentir y actuar.