Siendo Cortázar capaz de describir la angustia minuciosa de un hombre enfundándose un pulóver que, nunca acaba en su lugar apropiado, muestra cómo la situación más banal desemboca en lo absurdo, y nada más kafkiano –si se admite la comparación- que quien por esa tesitura termina precipitándose por la ventana al vacío. Así de insípida y fútil es la existencia, quizás con más intensidad para los inocentes e ingenuos que se meten “en camisa de once varas”, que como su origen medieval indica implica introducirse por la manga de una camisa –mide once varas- y salir por el cuello de la misma. En el relato de Cortázar, el problema se halla, no en la enorme talla del jersey como en el refrán, sino en la torpeza inusitada de quien parece no haber vivido nada. Ni el protagonista es un hijo adoptivo que se ve inducido a tal desafío –ponerse esa camisa, como así era en el medievo- ni su hazaña es tan compleja como para que su destino acabe en tragedia.
Por ello, solo lo absurdo del agónico suceso y su desenlace nos llevan a pensar que no hay acontecer que no deba ser considerado con atención y determinación, más si carecemos de la experiencia requerida.
Enorme Cortázar.