Referirse a la naturaleza humana presupone una sustancialidad de lo denotado que ha constituido una de las cuestiones más controvertidas del siglo XX. En el momento en que conceptualizamos un “Algo” como sustantivo estamos, implícitamente, aceptando la realidad de un ser, no necesariamente como ente, que posee una inmutabilidad que lo delimita y define.
Contra este supuesto humanismo, como lo han denominado sus principales detractores, se erige el transhumanismo, que podría sin forzarlo incluir en su seno la denominada ideología de género. Parece que quien utilizó por primera vez el término mencionado para dar cuenta de esta mutación insertada en un mundo fluctuante, veloz y con un desarrollo científico-tecnológico casi ni imaginado, fue Peter Sloterdijk quien desató la polémica a raíz de su crítica a la “Carta sobre el humanismo” de Heidegger, y contra la que se alzó la voz de Habermas.
La cuestión nuclear era de hecho que el humanismo parecía haber fracasado con su ideal de progreso y a la vista estaba como testigo la historia. Así, Sloterdijk apostaba por un cambio de paradigma, en aquello que constituye lo humano, que se beneficiara del desarrollo científico-tecnológico para doblegar los aspectos de la condición humana que no había mitigado el humanismo occidental a base de ideales y utopías, es decir abstracciones vacuas.
Por lo tanto, algunos han concebido el transhumanismo como el paso del humano caduco al posthumano, aquel que asumía la posibilidad de transformarse en un ente distinto, gracias a las transformaciones que la ciencia y la técnica ponían a su alcance, alejándose del esencialismo tradicional y dotándose de habilidades y capacidades que exceden lo propiamente humano.
Dicho lo cual, aun intentando zafarnos de los temas recurrentes de la filosofía, nos vemos abocados a una cuestión de sustrato metafísico que obtendrá aquellas respuestas que concilien fundamento y fin. En consecuencia, la disquisición de si “hay” o no una naturaleza humana, y en tal caso si estamos sometidos a exigencias éticas que orienten nuestras acciones continua azuzando el debate sobre el posthumanismo y hacia dónde puede llevarnos su realización, y si ésta es deseable.
Esto nos adentra de pleno, por ende, en qué es lo deseable, que en ocasiones había sido identificado con lo racional, pero que actualmente sería insostenible, en cuanto la racionalidad misma queda mediatizada por los fines que pueden ser absolutamente degradantes.
En conclusión, o apostamos por una vida humana digna, en los términos que hasta ahora han constituido el referente de los que honestamente han defendido los derechos humanos –en una amplia concepción que traspase el imperialismo occidental- o asumimos el riesgo de mutarnos en entes que desconocemos a dónde nos llevará, aceptando simultáneamente que, como siempre ha sucedido, ese giro posthumanista será durante mucho tiempo el privilegio de una minoría, que dispondrá aún de más recursos para doblegar a la mayoría que quedará, por falta de medios económicos, al margen de esa “aventajada” metamorfosis.