Un reencuentro puede ser una dádiva que mitigue el dolor de rupturas bruscas e incomprensibles, de gestos del otro que no aprehendimos desde perspectiva alguna. También, puede devenir un esfuerzo de benevolencia por obviar parte de lo acontecido, cuando el otro ya no merece, quizás esos reproches que forcejean en nuestro interior, pero que enjuiciamos inoportunos. Puede devenir, además, un acto de generosidad mutua que depure las rugosidades y asperezas que deterioraron la relación incrustándose como dagas involuntariamente arrojadas.
Finalmente, la voluntad y la intención con la que ambos se consideraron debe prevalecer por encima de contrariedades que tan solo dañan, aún más, sin que nadie desee regurgitar el poso del yerro perpetrado.