El tiempo acaba deviniendo el fluir de nuestra existencia, como si no fuese más que una cualidad que nos pertenece. Ignoramos, o actuamos como si, no nos trascendiera su discurrir y declinara con nuestra decadencia. Esta apropiación de lo temporal es una manifestación más del egocentrismo humano, que excede el hecho de que conozcamos el mundo ubicándolo en el eje espacio-tiempo. Ya que una cuestión son las condiciones de posibilidad de nuestro estar en el mundo y otra aquello que podría ser al margen de nuestra nimia existencia.