Entre lo imaginado como divino y lo humano se da una inmensurable distancia que no cejamos en disminuir. Al margen de que haya Dios o no, pues no afecta a la presente reflexión, ni es en sí el objeto de esta, estamos imbuidos de una tendencia a la superación y perfección que se orienta en base a un horizonte de lo que constituye lo divino, y por ende, aspiramos a devenir esos seres. Nuestro deseo de dominio y sometimiento de lo que nos rodea nos conduce a virar nuestra propia condición, recurriendo a los avances tecnológicos que nos permiten manipular nuestro ADN, implantar prótesis robóticas que expriman nuestras posibilidades, limitadas hoy pero compensadas y ampliadas por recursos tecnológicos que nos convierten en una especie de ser mixto entre el humano y el ciborg. Aquí es donde se evidencia el implícito de acercarnos a lo divino en cuanto a potencialidad y poder.
Lo relevante, como creo haber expresado en otros escritos, es el verdadero fin que nos urge a tal metamorfosis. Obviamente, ser como Dios puede tener diversos propósitos, pero me alerta la arrogancia, ambición y vanidad que se amaga tras estas prácticas científico-tecnológicas, en la medida en que, como la historia nos ha mostrado, constituirán un privilegio elitista para los más dotados crematísticamente, excluyendo sin piedad, ni pudor a cuantos no tengan el poder adquisitivo necesario para acceder a esas mejoras. Esta sospecha ratificaría que nadie busca el bien de la humanidad, pues esta como tal es para muchos un incordio, sino acrecentar la diferencia y poderío del sector aventajado económicamente respecto de la gran mayoría de individuos, que les pese o no constituyen de hecho y derecho esa humanidad desdeñada.
Así, el futuro de la humanidad no está tan solo en peligro por el cambio climático contra el que a ese sector adinerado no le interesa luchar verdaderamente, por mucha impostura que manifiesten-ya que esto reduciría sus beneficios y riqueza- sino por esta metamorfosis de lo humano que pretende superarse, transcendiendo su propia condición para obtener poder, “inmortalidad”, y devenir un grupo de seres cuya potencia someta con más descaro a los que siendo solo humanos devendrán inferiores.
Pensado fríamente, se da un cierto paralelismo con la ficción de “El planeta de los simios”, con la diferencia de que los rudimentarios primates serán los simplemente humanos, y los hombres esos ciborgs que desconocemos si acabarán siendo entes con la sensibilidad mermada.
Hay quien afirma que no nos hallamos lejos de esta fantasía, y que con la velocidad que se investiga –y se invierte por voluntad y deseo de quien puede- esa ficticia realidad dejará de serlo antes de que podamos reaccionar.
Buenas noches, Ana,
Otra vez aflora aquí su preocupación por lo social (indisociable de la preocupación por lo individual) y de nuevo le leo repetidas veces el verbo «devenir» en contextos y formas que me resultan entre extrañas y sorprendentes.
Por otro lado, no creo que suceda lo que se apunta en el último párrafo de su interesante artículo.
Saludos
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El verbo «devenir» posee dos acepciones:
https://dle.rae.es/?id=DbbMdRW|DbcjgjX
En el contexto del lenguaje filosófico es frecuente la segunda,en cuanto se incide en el proceso por el cual algo llega a ser,lo que contiene en potencia o bien algo otro.
En cuanto al último párrafo, me temo que no es ninguna profecía, sino algo muy presente ya en altas esferas. Sin ir más lejos, hemos tenido noticia de que en Japón se han dado yanumerosos casos de hombres que se casan con robots-mujeres, y ayer en el congreso del móvil y telecomunicaciones aparecía una persona de China que portaba un robot-niño que se movía, sin las impertinencias que comporta un niño humano,…no sé..pero el horizonte no es muy alentador,…
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