La conciencia de hallarse en el nihilismo

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Precipitados a la jungla del existir, en condiciones estrictamente definidas, forcejeamos sin visos de discontinuidad con el acontecer. Ese devenir se fragua en cada acción individual que interaccionando con otras y con sucesos externos e incontrolables llegan a generar situaciones insoportables.

En ocasiones la presión ejercida sobre los individuos es tan intensa que sienten su ser en este mundo como una opresión que los lleva a explosionar. Entonces, diluyen en alcohol su angustia o buscan un estado de seminconsciencia, o también finiquitan contundentemente y de forma absoluta este existir torturado.

Erramos al buscar las causas de estos desenlaces en lo individual porque, si bien es cierto que la capacidad de sostenerse ante la adversidad es variable, los factores que definen la existencia y la comprimen son sociales –por ello culturales y económicos- y no ponderar adecuadamente lo propio y lo externo nos conduce a una geografía desenfocada de lo que deberíamos identificar como problemático.

Pensemos, además, que la estructura político-social busca tendenciosamente endosar al desequilibrio individual cuanto de anómalo este realiza, sin asumir de ningún modo que las formas y condiciones de existencia en las sociedades occidentales son un atropello contra lo que la salud mental y física del individuo exigirían.

Somos así supervivientes de la avaricia, el afán de poder de nuestros congéneres en sociedades que destilan opulencia, ninguneando y negando las bolsas de pobreza –por ejemplo- que el sistema genera.

Por otra parte, en los países más pobres se producen  circunstancias contrapuestas: sin la posibilidad de satisfacer las necesidades básicas y la lucha por sobrevivir, los individuos no tienen otras aspiraciones, porque la angustia por el sentido de la existencia solo tiene lugar allí donde esta está garantizada. Dicho de otro modo, solo cuando existir no es una conquista cotidiana, surge la pregunta por su sentido o por el hecho de en qué consiste vivir.

Acaso seamos desde hace unas generaciones los hijos del nihilismo más atroz: porque sin tener conciencia de qué ocurre nos hallamos rebozados de un vacío que tendemos a  apropiarnos y, desde el momento en que lo inhalamos sin  conciencia, se perfila como propio, intransferible y como una carencia o flojera de carácter cuya única responsabilidad es nuestra.

Esta dialéctica individuo-sociedad en la generación del sinsentido debe ser desvelada, porque solo desde la noción ajustada de la multicausalidad del sentir contemporáneo podremos renacer como sujetos con cierto margen de autonomía, libertad de la voluntad y, por ende, de acción u omisión.

Vivir en el nihilismo posibilita una diversidad de actitudes que hacen de la existencia un calvario o algo inclusive deseable, pero solo y solo si adquirimos conciencia de qué significa esta época de supuesto vacío.

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