Precipitados a la jungla del existir, en condiciones estrictamente definidas, forcejeamos sin visos de discontinuidad con el acontecer. Ese devenir se fragua en cada acción individual que interaccionando con otras y con sucesos externos e incontrolables llegan a generar situaciones insoportables. En ocasiones la presión ejercida sobre los individuos es tan intensa que sienten su
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Una embestida a traición, mientras mis dedos resiguen las líneas de tinta vertidas por un espíritu ávido de rastrear lo grisáceo. Azarada y temerosa por la imposibilidad inmediata de identificar la razón de semejante acometida, me desprendo del tesoro escrito precipitándolo a su fortuna o su infortunio. Erecta y con el radar de la vista
La culpa es para el hombre contemporáneo un estado psicológico provocado por la acción u omisión que genera un sentimiento de responsabilidad por un daño causado. Estamos, por lo tanto, desplazados de esa culpa de naturaleza teológica, por transgredir voluntariamente la Ley de Dios, que impregnó el carácter del hombre pre-moderno. Hoy, lidiamos con la
Perecer puede resultar un remedio, pero nunca en el intento de vivir, pues ya no es “vida”, sino como alternativa a una existencia que no podemos elevar más allá de la mediocridad de ser, biológicamente, y estar dotados de conciencia.
Anhelamos, deseamos y ansiamos lo imposible, porque lo que aparece a nuestro alcance se nos antoja tan dramáticamente conformista que se revierte en el punto de inflexión, a partir del cual nuestro querer deriva en insaciable. Esta hambruna de lo inaprehensible se despliega infinitamente, cercenada como aspiración fundamental al entrar en contacto con un mundo
Presuponemos la existencia de un “yo interno” al que nos aproximamos, a tientas, mediante símbolos y metáforas. No lo concebimos de naturaleza inefable, ya que comportaría la negación del sujeto como conciencia, pero sí arduo de identificar y expresar. Así, aludimos al “vacío” como un espacio horadado sin contenidos emocionales significativos, a la “tristeza” como
Contenemos los humanos un oxímoron por naturaleza irreductible: la conciencia onírica que nos acecha endémicamente con pesadillas pavorosas y angustiantes. No existe posible fuga si huimos de nosotros mismos, porque, donde se desvela lo inconsciente, colisionamos con la oscuridad buscada, alumbrada por una conciencia auténtica que nos impele a huir, aunque tan solo devenga una
“…si la piedra lanzada por los aires por un golpe tuviera conciencia, creería que se desplaza por su propia voluntad. Añado simplemente que la piedra tendría razón. El golpe es para ella lo que para mí el motivo, y lo que para ella aparece en el estado dado como cohesión, gravedad y persistencia es idéntico
Sin conciencia ni, por ende, voluntad fagocitamos cuantos efluvios emanan del entorno, precisamente por eludir el uso de nuestro privilegio natural: la conciencia de, que deriva en necesidad de pensar.
Los que concebimos la Filosofía como una forma de vida no podemos desapegarnos de esa actitud interrogativa que enerva a los que, siendo algo solidarios, creen acallar su conciencia. Y es que el filósofo –al que nos referimos- padece la culpa universal que le ha troceado la conciencia. Acaso sea esta carga la que le