Estremecido por las noticias que emitía la televisión, se vio forzado a desconectar la “caja tonta”—que cada vez percibía como más hábil y sutilmente manipuladora de la opinión pública—. Así que abandonando el sofá, se desplazó hacia la cama para intentar deleitarse con una lectura. Siendo amante de los clásicos decidió enfrentarse a “El jugador” de Dostoyevski, pero cuando había avanzado bastantes páginas se sintió indispuesto. Un ahogo súbito le dificultaba la respiración, cuyo ritmo se debatía en recuperar. Marcando el son de inspirar y espirar se apercibió de que lo que tenía atacado era la sístole y la diástole, o sea el corazón.
Todo se esclarecía en ese hundimiento inesperado. Sus emociones eran turbulentas y anegadas de una tristeza omnipresente. Tras retroceder en los actos que habían desembocado en esa situación, identificó qué mal padecía su alma: o era un pelele insulso o bien un individuo con enjundia, pero lo trágico residía en que ninguna de las opciones le daba sosiego. Una por ser un flojo y la otra por exceso de conciencia.
Aunque ya no había regreso posible para él, porque se hallaba en el umbral habiendo aprehendido más de lo deseable.
Bendita ignorancia, que suele desaparecer la prisión que nos sume en la libertad causando la abolición de la dolorosa verdad.
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