
Anticipando reflexiones ineludibles que tendrán lugar en el V SIMPOSIO DE FILOSOFIA POLÍTICA. 27 y 28 de noviembre a través de
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“Por consiguiente, es crucial comprender que, con la democracia moderna, hemos de encarar una nueva forma política de sociedad cuya especificidad emana de la articulación entre dos tradiciones diferentes. Por un lado, tenemos la tradición liberal constituida por el imperio de la ley, la defensa de los derechos humanos y el respeto a la libertad individual; por otro, la tradición democrática cuyas ideas principales son las de igualdad, identidad entre gobernantes y gobernados y soberanía popular. No existe una relación necesaria entre estas dos tradiciones distintas, sólo una imbricación histórica contingente. A través de esta imbricación, tal como le gusta subrayar a C: B. Macpherson, el liberalismo se democratizó y la democracia se liberalizó. No olvidemos que, aunque hoy en día tendemos a dar por supuesta la existencia de un vínculo entre el liberalismo y la democracia, su unión, lejos de haber constituido un proceso fluido, ha sido el resultado de enconadas pugnas. Muchos liberales y muchos demócratas eran perfectamente conscientes del conflicto entre sus respectivas lógicas, así como de los límites que la democracia liberal imponía a la realización de sus propios objetivos. De hecho, ambos bandos siempre han tratado de interpretar sus normas del modo más conveniente para sus propósitos. Desde un punto de vista teórico, algunos liberales como Hayek han mentado que «la democracia [es] esencialmente un medio, un dispositivo utilitarista para salvaguardar la paz interior y la libertad individual» útil mientras no ponga en peligro las instituciones liberales, pero rápidamente prescindible siempre que lo haga. Otros liberales han seguido una estrategia diferente, argumentando que si la gente decidiera «de un modo racional» sería imposible que fuesen contra los derechos y las libertades, y que, si lo hicieran, su decisión no debería considerarse legítima. En el otro bando, algunos demócratas se han mostrado muy dispuestos a descartar las instituciones liberales por considerarlas «libertades formales burguesas», así como a luchar por su sustitución por aquellas formas directas de la democracia mediante las cuales puede expresarse sin obstáculos la voluntad de las personas.”
Chantal Mouffe, La Paradoja democrática. Gedisa 2003. Barcelona.
En este fragmento de Mouffe se introduce una cuestión crucial que no siempre ha sido puesta en entredicho, a saber: ¿el neoliberalismo es el único escenario en el que puede articularse un orden democrático? De hecho, lo controvertido con el tiempo como muestra la autora no permite entrever que quizás exista una incompatibilidad de inicio entre un liberalismo duro y una democracia social, en el sentido de que esta vele no solo por la libertad, sino también por los otros dos principios que se encuentran en la base de las democracias modernas: la igualdad y la justicia.
Obviamente, las perspectivas pueden ser diversas, pero lo nuclear se hallaría en la cuestión de ¿hasta qué punto una democracia que no vele prioritariamente por la justicia, puede hacerlo por la igualdad y la libertad?
El contrasentido se evidencia si atendemos al conjunto de los ciudadanos de derecho, que no de hecho, que por no poseer las condiciones de vida que le permitan una subsistencia digna no goza de igualdad —entendiéndola como el punto de partida mínimo que le permita optar a esa supuesta igualdad de oportunidades— y sin esta, no hay posible ejercicio de la libertad.
No estamos hablando pues de una democracia en un sentido estrictamente que proteja los derechos civiles y, por ende, además de la libertad de expresión y acción —siempre en un marco legal determinado—sino de un orden político-económico y social que se ocupe con la misma prioridad de los derechos sociales. La democracia que parte de desigualdades abismales entre unos individuos y otros, tiene ciudadanos de primera y segunda clase, y, en este sentido, carece de una situación de igualdad aceptable y de la posibilidad de que los ciudadanos menos valorados estén en condiciones socioeconómicas de ejercer su libertad política, pero también individual, al elegir su trayectoria vital con igual grado de oportunidades que los denominados de primera clase.
La realidad empírica nos sitúa en este último contexto y, por ello, no podemos dejar de preguntarnos: ¿si la soberanía popular sigue estando vigente —con las adecuaciones que la ajusten a la actualidad— no debería ser la justicia el fin de toda democracia, en lugar de la libertad como sostienen los neoliberales?
De estas y otras cuestiones dialogaremos este viernes y sábado en el V Simposio de Filosofía Política, bajo el lema: Más allá de la democracia.