La bestia horada las entrañas, una implosión que esparce las vísceras por doquier ha tenido lugar; al fin, era su destino. La presión soportada, a base de constituirse en el individuo impostado que todos esperaban, ha fracturado su morada interna irremediablemente. Y es que fingir que se vive, existiendo como otro que no se es, tiene un coste taxativo: se acumula la tensión, la rabia de autonegarse continuamente para hallar un lugar en el mundo. ¡Ah! Ajeno lugar que no le pertenece y que comprime para expulsarlo, hasta que la tempestad arrasa con lo que no se es y con lo que se era ¿Qué resta? Nada, una nada dolorosa sin sujeto, adherida a un despojo que solo espera que su finitud se cumpla para redimirlo.

Retrato fiero y sin concesiones de un Yo…
Me gustaLe gusta a 1 persona
Solipsismo, puro y llano, sin un dios que nos reconecte con él mundo, salvo esa pseudodeidad llamada Internet
Me gustaLe gusta a 1 persona