Rastreo, desalado y ávido, entre los recuerdos olvidados algún gesto afectuoso o similar, que pueda revelarme el lugar que ocupaba en tu interior. Tan solo poseo la apariencia de una esfinge que me remite a ti, fría y rígida, casi marmórea diría. Erigida en la autoridad divina que exigía alabanza y loa, rostros fascinados ante tu presencia que abdicaban ante tu voluntad despótica. Hace lustros que escarbo para recuperarte como la fantasía que desde la infancia palpitaba, y que se frustraba sin tregua, para demostrar que no eras una imagen ficticia sino tu auténtico ser, oculto y resguardado. Mas todo esfuerzo parece vano, ni tesoros escondidos que hablen de ti, ni éxito alguno en ese re-cordar o recuperar lo hundido en mi corazón. Quizás, mi carencia infantil creó un fantasma bondadoso para soportar la tiranía explícita unas veces, sutil y sibilina otras, serpenteando como una víbora por la frágil mente de una criatura breve. Fatídicamente, reconozco que no hay recuerdos olvidados, es que no hay nada que recordar
