Quien sostiene un grito desatado e intermitente está luchando contra el olvido del agravio padecido; es un gesto que, de facto, se rebela para ser reconocido en su diferencia y para no absolver al sistema diabólico, que planea sutilmente no solo la disolución del daño, sino del sujeto mismo que grita.
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El acontecer, como lo nítidamente acuciante que han causado otros por mala voluntad, no permite el olvido y, sin éste no es veraz el perdón dado ni público, ni privadamente. Quizás porque sin posibilidad de olvidar no hay reparación del dolor, y mientras el sufrir yace sumido en el llanto ¿cómo absolver a los culpables?
Las alas de un relato infantil vuelan fuera de nuestra órbita, pero su autonomía les otorga el poder de perpetrar nuestra mente, con reiteración machacona, para que el olvido sea un deseo imposible. Es la justicia del pasado.
Cuando el olvido pudiera desembocar en perdón y esa posibilidad desata la ira que bloquea la amnesia, solo queda la extirpación de los recuerdos, una cirugía precisa que mutile esa parte dañina. Si no hay olvido de facto, no hay perdón, aunque la fantasía de una intervención quirúrgica mágica pueda sugerirnos interrogantes sobre el sentido
Hay quien demanda ayuda por el vértigo que siente ante su vacío abisal, y creyendo estar en el sitio y lugar apropiados, tras años de hurgar y haberlo hallado, alguien le espeta: “Yo no tengo la solución. El agujero es suyo”, aunque se precipita ese hábil interlocutor a aderezarlo enseguida, ya bulle en el
Acaso, paradójicamente, la ausencia impida el olvido y esas letras nunca escritas y esperadas sean la falsa huella de un recuerdo involuntario que permita el posterior reconocimiento. O, tal vez, nada hay que pueda hacerse para impedir o no el olvido, más cuando éste reside en la mente del que se siente abandonado y nunca
Si la ausencia del otro es olvido, ningún reencuentro subsana la tragedia. Porque tras ese lapso vacío ni reconocimiento posible, ni confianza, tan solo un viejo vínculo dislocado y rasgado bajo la mirada atónita de ambos.
El olvido suele ser una quimera que con afán se torna obsesivo y con desdén una añoranza melancólica. No existe pues olvido a base de voluntad, ni por motivo. La memoria arropa con apego lo que sería deseado amnésico.
El viento azota indiscriminadamente y tú te sacudes su aguda inquina con el anhelo de permanecer en pie. Del Norte, del sur, este u oeste te zarandean ventadas agresivas que intentas combatir. Pero te hastías, cual humano humanísimo, de vivir a la intemperie siempre atento para legitimar tus giros inéditos. Sea cual sea el tiempo,