La psique reverberaba, como un estruendoso zarpazo, en una dicotomía insoslayable que se perpetuaba en una disociación irreconciliable entre un par de yoes. La identidad de la mente se disolvía y restaba fulminada al sustanciarse en dos, sacudida por una contraposición entre el yo y el otro yo –tal vez deberíamos nominarlos yo y, por ser opuesto, no-yo- que lidiaban por imponerse como el auténtico, veraz y único.
Dicha lid generaba un tormento insostenible, en su umbral infinito, de tal calibre, que la psique vomitaba neuronas casi degolladas como mecanismo defensivo para minimizar la tensión.
El yo y el no-yo no cejaban en su tozudo empeño de elevarse y aniquilarse, con tal de reducir la identidad mental a sí mismos. Pero ¿acaso no era esa psique maltratada por una disociación sin retorno un falso self que no respondía ya, ni a lo propio ni a lo apropiado, porque oscurecía siendo el yo y alboreaba como el no-yo? Una bipolaridad rauda y demoledora que embotaba, nublaba la tímida claridad que podía haber experimentado la mente.
Esa disociación entre un aspecto fundamental y otro del sí mismo que aparecían alterativamente, según si la dialéctica devastadora concluía en un sentido u otro.
Hasta que la psique se apercibió de la fortuna que la anegaba, al constatar otros entes que, siendo el mismo, se mostraban no disociados sino múltiples, diversamente inmensurables. Y no por un ego disgustado consigo mismo que anhelaba una nítida síntesis coherente, sino que esa amalgama de apariencias respondía a la exigencia de lo externo, al imperativo de integrarse en un entorno desconcertante que compelía al ente a ser camaleónico y a ejercer un mimetismo que lo difuminara discretamente, silencioso y conformista.
Así, regodeándose en esa dádiva en la que había devenido su disociación, se aceptó dual, dicotómico, y festejó su bipolaridad dialéctica entre sus retoños: el yo y el no-yo, consciente de que disociarse consistía en querer ser uno mismo, aunque fuera parcialmente, y que diversificarse era la disgregación tendiente a la nada.
Creo que todos tenemos ese yo dual, que a veces no se ponen de acuerdo, supongo que muchas de nuestras equivocaciones es porque hemos elegido al yo equivocado…
Y mejor ser uno mismo, con sus defectos y virtudes que no lo que quiera el entorno.
Abrazos.
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Gracias `por leer y comentar!!!!
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