El silencio es el decir más oportuno, cuando o lo que se va proferir carece de interés o cuando lo que quisieras expandir, como una brocha salpicando con ahínco todo lo que a su paso se halla en blanco, no conviene ser dicho. Así que hoy, conteniendo mis pulsiones con una voluntad férrea, mantendré un silencio que no es deseado, pero es preferible a su contrario. La libertad de expresión está vetada de entrada por las convenciones sociales y nuestras propias conveniencias. ¡Cuántas veces verbalizamos lo que no pensamos porque es lo más benéfico para nosotros! Bien, pues eso es usar la libertad de expresión con inteligencia adaptativa, si no quieres salir expelido del entorno que te nutre.
Seamos coherentes cuando reivindicamos una libertad de expresión que solo usamos cuando consiste en proferir insultos, bestialidades contra otros, y no hacemos nunca una autocrítica respecto de las veces que por provecho propio, no solo no la ejercemos, sino que mentimos como bellacos.
Ahí queda expuesta esa hipocresía que todos anidamos como una contradicción espinosa.
Seres contradictorios por excelencia, ya lo dijeron los caifanes: «vamos a hacer un silencio…». Besos al vacío desde el vacío
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La libertad de silencio tendría que ir pareja a la libertad de expresión. Pero en esta época, el imperativo es hablar, hablar, expresarse, escribir y más escribir. ¿Para qué tanta reivindicación de libertades de expresión si las más de las veces, sólo se dicen sandeces? ¿Para cuándo reivindicar no sólo la libertad, sino la obligación de pensamiento?
El silencio, no sólo para no hablar uno mismo, sino para dejar de oír y escucharse al fin a sí mismo, y al mundo natural y de objetos que nos rodea. Silencio y soledad frente al ruido y el exceso de conectividad.
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