Aquel que mendiga el reconocimiento ajeno, se vio privado de la satisfacción de los afectos más primarios y, aquejado de ninguneo, repta sutil y sigilosamente para que la mirada del otro le espejee quién es. El riesgo es que, en esta situación tan perentoria, cualquier otro puede parecer digno de admiración y convertirse en un objeto de deseo infantil, impropio de un adulto. Pero quien nada tuvo sintió como sus pies flotaban sin un firme que los sustentara, y necesita como oxígeno para no desintegrarse alguien que lo mire, lo vea y dictamine: estás aquí y eres tal humano.
Si un individuo así se encontrase con otros perniciosos y dominantes, nuestro carente mendigo podría adquirir identidades dañinas para sí y los demás. Pero ¿puede negarse a ser cuando tan solo otros negados son los que le ofrendan la posibilidad de adquirir identidad y entidad? No. Sencillamente porque su lucha consiste en la supervivencia psíquica, en no ceder a la disolución absoluta.
Quizás el problema consista en que tan solo los niños perdidos poseen la sensibilidad adulta de rescatar a otros, ofreciéndoles lo que ellos son, sean lo que sean, y en este rescate peculiar individuos vacuos psíquicamente son los salvadores de otros en igual estado. Lo que de aquí se desprenda y desarrolle es principalmente una responsabilidad de la sociedad, de las instituciones y entidades que tienen como función velar por el bienestar de los menores.
Excelente entrada!! Narrada brillantemente; pero creo en lo personal que debe haber un cambio en el nucleo basal de la sociedad -la familia-, al margen de las responsabilidades de las instituciones u organismos gubernamentales. La crisis de la sociedad; solo podria revertirse no solo con declaraciones «ficticias» como solemos escuchar; sino con el «sincerisidio» de la propia sociedad con la firme convicción de mayor educación. Un cálido saludo, Ana.
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Totalmente de acuerdo, gracias!!!
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