En el tiempo transcurren los hechos, esos que se nos imponen inexorablemente. Vemos como llueven torrencialmente sin que podamos hacer más que soslayarlos, como quien se escuda de una ráfaga de postas. Y en esa lid que nos sacude nunca salimos indemnes, porque la erosión resultante de esa contienda es la encarnación del tiempo en nuestro rostro.
Somos, al fin y al cabo, los rasgos derivados de la adición del presente devenido; un hoy que ya no es el mañana, sino el presente absoluto que, evocando a Javier Marías, se halla atravesado por un intruso, el pasado, imposible de mantener a raya.[1]
Así, resignados ante el acontecer vagamos por la existencia aguardando a que prevalezca lo potente, lo fuerte o ese destino que hemos forjado a base de decisiones inconscientes de sus implicaciones. Y, cuando restamos atrapados por lo que ya no es reversible, nos sentimos frágiles y débiles, incapaces de afrontar lo que, tal vez, nosotros mismos hemos provocado.
Entonces resuena la sentencia nietzscheana que nos recuerda que somos humanos, demasiado humanos. Alea iacta est.
[1] Marías, Javier (Barcelona:2021) Tomás Nevinson. Ed. Alfaguara, pg. 103
Como siempre, incisiva y profunda reflexión de como somos!! Un cálido saludo
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