Aquel que mendiga el reconocimiento ajeno, se vio privado de la satisfacción de los afectos más primarios y, aquejado de ninguneo, repta sutil y sigilosamente para que la mirada del otro le espejee quién es. El riesgo es que, en esta situación tan perentoria, cualquier otro puede parecer digno de admiración y convertirse en un
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El desafío estaba datado. Después de cuarenta años ambas mujeres –niñas en su momento- estaban dispuestas a vivir un reencuentro inimaginable, y por tanto un pasado que, enterrado por la urgencia de la desaparición repentina, les había causado abandono y el menosprecio de sí mismas que conlleva cualquier ausencia sin previo aviso. El nerviosismo convulsionaba
Disgregándose en la amorfa indiferencia, retallece vigorizado como nada, casi nadeando –como sugiriera Heidegger-, que como absurdo para el sentido común significa: restar finalmente disuelto en no-ser para los otros, o en otros términos , alguien sin ser por su invisibilidad. Solo el rescate de la huella de su incondicionalidad, la del que es abandonado
Balbuceos sordos de quienes yacen presos de la indiferencia, real o sentida; gemidos desmenuzados, casi aullidos de dolor que no convocan presencia alguna, tan solo la posibilidad de que el aislado se desplace y surja. Ese gesto que, precisamente, está incapacitado para hacer cuando su reacción es ese agudo llanto, sollozo o intento de barboteo.
Hay silencios que se desbordan de tristeza porque irradian una vacuidad que desemboca en la soledad más siniestra. Aunque pudiéramos creer que de la nada no puede brotar un sentimiento de melancolía honda, tal vez, sea ese no sentir que algo en el interior nos pertenece la causa más recurrente de los que se sienten
Acaso, paradójicamente, la ausencia impida el olvido y esas letras nunca escritas y esperadas sean la falsa huella de un recuerdo involuntario que permita el posterior reconocimiento. O, tal vez, nada hay que pueda hacerse para impedir o no el olvido, más cuando éste reside en la mente del que se siente abandonado y nunca
Que un dolor no pueda ser re-conocido por nadie más que quien lo padece, que a quien sufre se le diga que no es re-conocible su dolor, le condena al pozo de la soledad más cruda, al silencio exigido por la incomprensión. Ya, en esa guarida húmeda, se recrudecen las ausencias y los silencios reverberan
Algún día tenía que ocurrir. Algún día el peso de las cosas debía imponerse a la ligereza que aparentaban. Tan solo era preciso el gesto de quien dirime lo importante de lo efímero, e interceda con decisión y contundencia para que se diluya la apariencia efímera. Solo son necesarias unas palabras, ciertamente era todo tan