Filosofía: lo urgente versus lo posible.

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IMAGEN EXTRAÍDA DE https://tendencias21.levante-emv.com/la-filosofia-se-ha-rendido-al-sistema_a45814.html

La necesidad de entender en el acto aquello que está teniendo lugar en el presente —un deseo muy humano— se convierte en nuestro principal escollo. La aprehensión del acontecer, es decir de los sucesos que por relevantes son acontecimiento, o, dicho de otro modo: aquello que altera el devenir de lo que tiene lugar en el tiempo y el espacio de manera significativa, requiere paciencia.

La facultad de saber esperar cuando algo se desea mucho —patientia— nos proporciona la distancia, el situarnos fuera de, imprescindibles para que lo que anhelamos comprender se convierta en objeto de conocimiento, en su sentido epistemológico. Es decir, aquello que no forma parte del sujeto que conoce, sino que, diferenciado de él, aunque sin excluir la afectación mutua, hace posible su análisis, su desmembramiento, establecer vínculos con lo otro, paralelismos, similitudes y en definitiva aproximarnos a su aprehensión en las condiciones más neutrales posible.

La distancia de la que hablamos debe darse en el tiempo, como mínimo, y mejor también en el espacio, para que los elementos subjetivos que afectan la capacidad de discernir y analizar interfieran lo mínimo. Por ejemplo, no es lo mismo narrar qué aconteció en la mitad del S. XX. en Europa desde la perspectiva actual, que los intentos que pudieron hacerse en su momento por parte de los que se hallaban anegados por la dramática situación. La lejanía proporciona serenidad y capacidad de adentrarse en los entresijos relevantes, sin vernos cegados por lo concreto. Lo cual no significa que no veamos la tragedia humana que aquello comportó, pero sí estamos en mejor disposición de identificar qué factores desembocaron en esas atrocidades. Lo mencionado es simplemente un caso concreto que, seguramente, no se ajusta totalmente al principio general que intentamos establecer, asumiendo que nada general por su naturaleza puede agotarse en lo singular. No obstante, y basándonos en la experiencia de cómo se interpretó y cómo puede interpretarse hoy ese acontecer, nos sirve para alertarnos de que repetir por urgencia y necesidad acuciante ese error de pretender que somos capaces de entender hasta su raíz lo que acontece hoy, es algo erróneo. Nuestra mirada es excesivamente próxima y está excesivamente perturbada.

Lo dicho, podemos aplicarlo hoy al intento espontáneo que parece darse en la Filosofía de dar cuenta de forma casi inmediata de lo que sucede a cada paso. A veces parece que esta sociedad de la inmediatez que necesita tenerlo todo bajo control, exige a la Filosofía esa prontitud de diagnósticos a partir de los cuales avanzar, desconociendo que eso es precisamente lo que no puede hacer la Filosofía, porque como ya hemos explicado, carece de la distancia como condición sine qua non para la reflexión y hondura de miras necesarias que le permitan mostrar posibles formas de explicarnos a nosotros mismos.

Creo que lo que está sucediendo actualmente es que la Filosofía, al verse demandada, se siente obligada a estar presente, porque su ausencia implicaría el ninguneo y el desprecio al que ya está acostumbrada. Así, se ha sentido urgida a decirnos qué nos pasa con la pandemia, cómo va a afectar el futuro, …como si fuese una especie de pitonisa a lo griego. Sin embargo, parece que no nos apercibamos que este papel que se pide a la Filosofía para demostrar su utilidad es una cierta trampa, porque incapaces como seremos de pensar lo no acabado y inmediato se usará como evidencia de que este quehacer no sirve de nada. Acumulan motivos para desterrarla de los planes de estudio.

Deberíamos, los filósofos, esforzarnos en clarificar que toda reflexión sobre lo inmediato es parcial, seguramente fallida y que la Filosofía necesita de esa distancia para alcanzar perspectivas más amplias que puedan orientarnos sobre qué está aconteciendo, qué agentes son significativos y cómo estamos reaccionando la ciudadanía. Y no puedo aventurar que más se podría llegar a vislumbrar, porque como todos me hallo inmersa en este caos pandémico, ecológico, económico y político planetario que me incapacita para un análisis.

En consecuencia, cualquier valoración filosófica que podamos hacer de las circunstancias actuales debe ponerse entre paréntesis y usarla de modo provisional —como la moral cartesiana— hasta que no se den las condiciones óptimas para una aprehensión más rigurosa, que será diversa y no única, pero más capaz de destacar lo relevante y desprenderse de lo anecdótico.

Esto no es un alegato para legitimar que la actividad filosófica se inhiba en unos momentos en los que nos urge resituar qué está pasando en el mundo. Sino la voluntad de tomar conciencia de los límites que el quehacer filosófico tiene en estos momentos, al igual que los tienen otras disciplinas que pudiendo contribuir haciendo diagnósticos y pronósticos sobre el futuro, se ven entorpecidas por la inmediatez de los datos, la falta de perspectiva de cómo evolucionan estos y de qué nuevas circunstancias pueden darse. Y me refiero a la sociología, la psicología, la economía, la historia. La diferencia fundamental con la Filosofía, a mi juicio, es que a los filósofos se nos está exigiendo que expliquemos el sentido de lo que acontece, porque es la urgencia que los individuos tienen para poder sobrellevar estas circunstancias. Sin embargo, ni el sentido está circunscrito a lo contingente, ni filósofo alguno puede proporcionar un sentido unívoco del acontecer. Solo mostrar actitudes y aptitudes junto con ciertas herramientas que nos permitan a cada uno y como sociedad ir avanzando en la comprensión del conjunto y el sentido propio que cada uno pueda otorgarle a lo que experimentamos.

Este es el límite y el margen de la Filosofía en estos momentos, en la sociedad de la velocidad, de la urgencia, del devenir desnortado; apaciguar, ralentizar la indagación, proporcionarle paciencia, y sobre todo contribuir a la conciencia por parte de los ciudadanos, de todos, de que, si no repensamos el mundo, hasta donde podamos, este tomará ese camino al que le llevan las leyes inherentes a un funcionamiento que se ha desenmascarado como dañino para los humanos y el resto del planeta. Y, además, que la reflexión, sin las acciones coherentes, será infructuosa. El momento exige una imperiosa conexión entre lo repensado y lo actuado, porque cualquier otra opción solo nos hundirá más en la desesperación, la incertidumbre y el caos.

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