El S.XXI se ha iniciado, tras la desorientación presente en muchos ámbitos, como la oportunidad de recuperar las condiciones de existencia, a partir de las cuales los sujetos estén en condiciones de dignificar su vida.
Por el contrario, recordemos la crisis económica que arrancó de forma amplia en el año 2008 y de la cual muchos países y ciudadanos no habían logrado salir plenamente, cuando en el año 2020 nos asoló la pandemia del covid19 que aún no hemos conseguido erradicar. Es decir, muchos lugares del mundo se vieron zarandeados por una crisis económica, más intensa que la anterior, provocada por la pandemia que, con el cierre de fronteras, los confinamientos de los ciudadanos y cierres o restricciones en comercios y lugares de ocio, ha sumido a los Estados en unos niveles de deuda inusitados, por la necesidad de compensar las pérdidas económicas en muchos sectores, los despidos, el aumento del gasto sanitario y de las coberturas sociales, la compra de vacunas y en breve de tratamientos que se están evaluando para el covid19…, Además de los factores ya mencionados la crisis migratoria se ha acentuado por la miseria en la que viven muchos países y por las guerras interminables de las que muchos acaban huyendo. Guerras, que, a la larga, acabamos constatando que son el espacio físico en el que a través de unos grupos u otros locales se siguen enfrentando las grandes potencias por estrategias geopolíticas. Estas últimas se reflejan, también, en el poder que las potencias tienen de energías y el uso amenazador que se hace del suministro a otras zonas, que carecen de la riqueza energética suficiente para mantener el ritmo de funcionamiento y producción del país.
En este sucinto panorama desolador de principios de siglo, no podemos olvidar que lo prioritario es que detrás de cada conflicto, carencia o enfrentamiento hay personas que padecen las consecuencias de los enfrentamientos globalizados. Humanos que el azar ha distribuido en un lugar u otro del mundo, pero que no nació por ningún tipo de cualidad natural con menos derechos, ni menos o más valioso como seres humanos que otros.
Así, mientras una reducida élite se debate por la hegemonía del mundo, o sea por su economía, la gran parte de los habitantes del planeta luchan diariamente por conseguir y mantener unas condiciones mínimas que les permitan existir. También, es cierto que, hay otro grupo intermedio, en número y nivel económico de los dos mencionados, que se halla clausurado por un silencio abrumador, intentando mantenerse en un anonimato que le evite convertirse en objeto del sistema, excepto para consumir, factor importantísimo para el engranaje económico que asumen los poderosos y los grupos económicamente intermedios y sepulcralmente silenciosos.
Hemos inaugurado un siglo que se auguraba como el punto de inflexión entre los humanos y los cíborgs —medio humanos, medio máquinas— y, por el momento, oscilamos en niveles de subsistencia de la gran mayoría de habitantes del planeta, algunos ni eso.
Algunos esperan que la pandemia haya servido de aldabonazo a la arrogancia humana, y que esa lección nos lleve a una revalorización de lo que es esencial y de lo que no, de qué necesitamos para que la existencia sea digna y que no es más que un sobrante del que se benefician unos pocos.
Sin embargo, conforme pasa el tiempo y se prevé que a la pandemia no le quede demasiada presencia, constatamos que no ha cambiado nada, sino que las alianzas geopolíticas se están configurando con más énfasis, y que la aparición de bloques de confrontación, y ni asomo de cooperación, entre los humanos nos llevan a temer nuevos conflictos armados, con nuevas víctimas, nuevos refugiados, más pobreza.
Está visto que ni las catástrofes naturales que se han producido en los últimos veinte años, y que parecen mostrar el temido cambio climático, ni las grandes crisis económicas globales que zarandean la supervivencia de muchos, ni pandemia alguna que arrase con personas y medios de vida, hacen que los humanos nos replanteemos qué mundo estamos creando y qué mundo sería deseable crear para la gran mayoría, en la que tenga cabida todo el mundo.
En consecuencia, el humano no erra en su trayectoria histórica por ignorancia, sino porque algunos se apropian del poder y edifican un mundo a su servicio, y tras ellos llegan otros que les sustituye. No es un problema de aprendizaje, si no de voluntad, de querer; y parece nítido y claro lo que el humano que puede someter a otros quiere; y que ese que somete está representado por una variable que puede adquirir cualquier valor, es decir, que cualquiera de nosotros haría seguramente lo mismo.
Es parte de la naturaleza humana, sojuzgar, dominar al prójimo…como luchar contra nuestro adn? ( Hacen muchas olas mis estimados filósofos…relájense…pidan un mojito…una ricas botanas y cierren su mente…dejen de predicar en el desierto y esperen lo que netflix nos regale para esta noche) mi otro yo necio a sabotearme….besos al vacío desde el vacío
Me gustaLe gusta a 1 persona