La era de la cuantificación

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Me percibo, en ocasiones, en las antípodas de todo. Una totalidad múltiple y dispar, sin unidad aparente que facilite en alguna medida su comprensión; al contrario, esa cantidad de cosas sin conexión y cuya cualidad es la acumulación, por ende, carentes de cualidad diferenciadora aboca a una alienación de cuanto hay en el mundo que tan solo puede desembocar en confusión, aturdimiento y dificultad de sumergirse en él para aprehender algo significativo.

Esta vorágine de cuantos[1] que fluyen vertiginosamente me desasosiega, confunde, atropella y me espesa mentalmente. Por eso necesito distanciarme, como si yo no fuese parte de ese anonimato existencial que solo contabiliza, pero no identifica o cualifica.

A veces, huyo; con la fantasía de que eso es posible, y sé que no lo es como corporalidad, pero, tal vez sí como ejercicio de una voluntad de claridad y comprensión que abre paso al entendimiento para que proceda a la indagación. Porque existir en un mundo que solo cuantifica y omite lo cualitativo como algo opinático, subjetivo y sin relevancia nos deshumaniza, nos despersonaliza y nos deja apartados en el margen de lo relevante.

Quizás sea preciso afirmar la singularidad como riqueza, y que esta sea forjada por cada individuo en su interrelación con los otros; unos y otros somos imprescindibles para reivindicar la diferencia, la peculiaridad y, correlativamente buscar lo que nos une como cuales[2] para constituirnos en comunidad política y de vida.


[1] Denomino cuanto a aquello que solo es como cantidad, que puede ser sumada

[2] Denomino cuales a aquello que es identificado o diferenciado por sus cualidades

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