Se desliza por el interior un escalofrío serpenteante, que desemboca como un aguijón en la médula de la mente precipitándose en la palabra muerte. Mas, no es un simple significante sino el contenido de una realidad temprana o tardía que acontecerá, disolviendo en polvo eso que hemos sido y forjando la sombra de lo que nunca fuimos.
Esa finitud que atisbamos en un horizonte incógnito que nos azuza e inquieta, sobre todo, mientras la existencia nos zarandea con padecimientos que nos fulminan. Y cabe plantearse si tenemos que aguardar ese momento temido o, por el contrario, podemos decidir cuándo realizarlo, hacerlo presente y tenazmente real.
La cuestión de si morir cuando sea, o si decidir el “sea” es controvertida y espeluznante para aquellos que dejan pasar el tiempo deambulando por la superficie de su simbólica línea. ¿Por qué censurar este planteamiento? ¿Acaso somos títeres sin materia gris que nos permita pensar sobre cualquier algo? ¿Necesitamos que alguien vele por nosotros hasta el extremo de que decida hasta lo más íntimo y nuclear de nuestra existencia?
Abogo por la libertad de pensar y sentir, porque solo así fortalecemos nuestras decisiones, sean las que sean; sin que se deriven del hipercontrol asfixiante reacciones no deseadas por falta de reflexión.
la libertad de elegir, de ser, romper con con la esencia dictaminada desde el inicio por otro, por otras, ir creando mi existir…besos al vacío desde el vacío
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Gracias por compartir, querida Ana.
Un abrazo.
Elvira
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