Se desliza por el interior un escalofrío serpenteante, que desemboca como un aguijón en la médula de la mente precipitándose en la palabra muerte. Mas, no es un simple significante sino el contenido de una realidad temprana o tardía que acontecerá, disolviendo en polvo eso que hemos sido y forjando la sombra de lo que
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Recupero, a raíz de las reflexiones que tuvieron lugar ayer en la MARATÓN FILOSÓFICA en relación a la cuestión del Perdón, un breve fragmento escrito en el año 2016. La relectura y revisión de este párrafo ratifica años después, que toda experiencia de la que no podemos distanciarnos para repensar su sentido y resignificarla para
Últimamente, es recurrente, la demanda de que si la Filosofía quiere tener relevancia en la sociedad, debe estar arraigada a la vida. Este planteamiento parece haberse manifestado con más intensidad durante la pandemia que vivimos, ya que ha sido una constante el recurrir a los filósofos para que hicieran diagnósticos y, sobre todo, prospecciones sobre
“(…) Pero incluso los pensamientos, por muy etéreos que parezcan, requieren un punto de apoyo, pues de lo contrario giran y giran en torno a sí mismos, en un torbellino sin sentido; tampoco ellos soportan la nada (…)” Stefan Zweig, Novela de ajedrez, Ed. Acantilado, Barcelona 2001 Fue Parménides quien constató de forma explícita que
“Solo podemos pensar el ser, el no-ser no puede ser pensado, ni conocido” rezaba Parménides con una lógica aplastante. Aunque no se apercibió tal vez que en el momento en que formulo lingüísticamente la imposibilidad de pensar el no-ser, estoy pensándolo, que no conociéndolo, por supuesto. Pero este descuido abre la vía de navegar
Sin conciencia ni, por ende, voluntad fagocitamos cuantos efluvios emanan del entorno, precisamente por eludir el uso de nuestro privilegio natural: la conciencia de, que deriva en necesidad de pensar.
Para ser normal, se precisa anular la capacidad autónoma de pensar y decidir, cualquier otra opción dará al traste con una rareza.
Hay un spot publicitario en el que aparece un individuo cuestionándose –lo cual ya es para quedarse perplejo- por qué a una bebida la denominamos así, si aún no está bebida. La pregunta remite a los usos y al sentido del lenguaje, y es aparentemente tan simple pero a su vez tan lógica que sería
Quien no se atiene a su naturaleza sueña con volar, como si siendo ave hubiera querido o podido pensar. Cualquier otra disposición es mencionar unicornios.
Al huir las palabras de la incógnita que despejada resuelve la ecuación de las pasiones, no hay posibilidad de dotar de valor a ninguna variable. Nos hundimos en el infinito de la irresolución, o a la desconexión del pensamiento y el lenguaje, acaso porque donde no es preciso el pensar no es posible el decir,