La finitud del humano

No hay comentarios

Sabemos, algo es algo, que no hay certezas, porque si así fuese lo probable se habría esfumado de nuestro lenguaje hace tiempo, y, por el contrario, deambulamos entre enunciados proferidos por probabilidad. Y esto último si nos referimos a la ciencia. Desde Hume a Popper, basándose en argumentaciones divergentes, pero no excluyentes, se constató que lo máximo que podemos alcanzar es un conocimiento probable o el más certero, hasta que no se demuestre empíricamente lo contrario.

Si nos ubicamos en otros ámbitos del saber y de la necesidad de conocer del humano, las certezas pierden absolutamente su sentido. Tan solo, como ya defendí en otro artículo[1]la muerte es la única certeza que poseemos.

Algunos pensarán que poseer solo la certeza de nuestra finitud es una condena más que un triunfo. Sin embargo, imaginemos que no poseyéramos conciencia de nuestra mortalidad y viviésemos como si no fuéramos a morir -paradójicamente, a menudo nos sucede esto, por necesidad de ignorar lo que nos desborda-. ¿Cómo podría afectarnos esta falta de conciencia de nuestro ser, ente en el mundo? Fácilmente nuestro acopio de bienes materiales sería más obsesivo, ya que no estaríamos proveyéndonos para nuestra descendencia sino para nosotros mismos. Entre otras dudas, porque no sabríamos de qué manera y cómo seríamos los humanos pasados cientos de años. Cierto que tendríamos como referencia la experiencia y vida de otros que ya se hallan en ese estado de inmortalidad, pero que quizás por tender a la eternidad su angustia de cómo vivir sin final no sería nada estimulante para nosotros.

Curiosamente la finitud es la razón más convincente que poseemos para hacer de nuestra existencia algo valioso. Aunque el absoluto desconocimiento de si hay algo tras la muerte, la sospecha fundada de que no hay argumento sólido para que siendo seres vivos trascendamos de ninguna manera este mundo, a muchos puede resultarles tenebroso y abrumador.

No obstante, la existencia finita es como una dádiva, o no, que nos ha sido entregada y de la que, en condiciones dignas de vida, podemos desarrollar, crear y ser quienes anhelemos ser. No hay un ápice de ingenuidad en estas palabras; las condiciones, la coyuntura que encorseta nuestra existencia siempre determina el recorrido que podemos hacer. Mas también hay quienes a pesar de estas vías únicas que parecen transitables son capaces de zafarse de lo que los constriñe con más fuerza y surgir de esa espesura como seres no esperados, no previsibles y más que nunca únicos.

Esta singularidad y unicidad de cada sujeto solo es posible en conexión y reciprocidad con los otros. Somos un ejército de diminutos David, que con perspicacia y astucia podemos luchar contra el gran Goliat.

Y, aquí, hay no sé si otra certeza, pero sí la constatación de que los humanos cooperando y colaborando, por ser interdependientes lo queramos o no, podemos alcanzar lo impensable, reto imposible si nos lo proponemos individualmente.

El ser humanos es social y colaborativo, solidario y compasivo, y solo si aceptamos esta condición, que nos impele al nexo con los otros, seremos capaces de hacer con nuestra limitada existencia lo que queramos. Lógicamente este querer incluye al otro, porque sin el otro no hay realización posible del querer profundo.

Somos una posibilidad en bruto y solo el roce que nos lima y nos pule con los otros hará de nosotros seres finitos sabedores de que , tal vez, se ala finitud la que nos salve del horror de ser eternos.


[1] https://revistahumanum.com/2020/09/19/conferencia-escrita-la-muerte-la-unica-certeza/

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s