La última gran velada.

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La existencia se divide en dos tiempos bien diferenciados: uno, en el que los años suman; el otro, en el que los años restan. Hallarse en esta última etapa significa no saber cuántos años quedan por sustraer, lo cual permite sostener la existencia sin angustias adicionales. Claro está, que este momento de sustracción contiene a su vez otras fases en las que el momento final, aunque desconocido, se palpa más cercano.

Lo curioso es que, a pesar de tener la certeza de nuestra finitud, vivimos como si siempre fuese algo lejano, porque su cercanía resulta difícil de soportar. Por ello, hay que procurar entender cómo viven las personas de avanzada edad, que ven ese tránsito del existir al no existir cercano, esos momentos finales.

El resto de los mortales, que hallándose en ese restar años, no lo sienten como algo inminente pueden darle un giro a ese estado que suponga vivir tal vez como nunca pudieron hacerlo, ya sea por imperativos sociales, presiones culturales o cualquier factor externo que reprimiera la libertad de ser y hacer quienes queremos, o hubiésemos querido. La sensación que puede alcanzarse, si se analizan bien las circunstancias, de que ya no tengo nada que perder excepto la propia existencia, debería resultar liberadora para -sin faltar al respeto, sobre todo a quien es merecedor de él- expresar, actuar y priorizar lo que consideremos el elixir de la vida.

También son años en los que vuelves la vista atrás y, casi sin pretenderlo, se evalúa el periplo que nos ha precedido. La percepción de lo pasado puede ser trágica, agria, agridulce, excesivamente edulcorada. Mas, esas mismas sensaciones pueden convertirse en indicadores que nos faciliten identificar qué queremos y cómo queremos vivir los últimos años que nos quedan. Hay que reconocer que esta posibilidad de elección no es un lujo universal. Motivo más acuciante para acometer esa introspección referida anteriormente y hacer de los años que restan un paisaje deseable.

No hay que obviar que, hay personas que no desean mirar su existencia como algo sentenciado a un final y tomar conciencia de en qué fase están. Es otra opción legítima porque, basándonos que lo que ya dijera Epicuro, lo relevante es no angustiarse por algo que desconocemos, y que no conoceremos cuando acontezca ya que estaremos muertos, que acabar los últimos años angustiados por un acontecer -el acontecer- del que nada sabemos.

Finalizo con un poema de Sylvia Plath, ARIEL, unos días antes de su muerte «voluntaria» -¿qué lleva a una joven a querer morir?- Lo insoportable para ella.

Plath, S. Ariel. Nórdica libros. Ilustraciones de Sara Morante. Traducción de Jordi Doce.

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