Hay edades que se hallan inmersas en la incertidumbre de un final precipitado. Siendo realistas, nuestra contingencia nos puede azotar con la guadaña en el instante menos esperado, aunque las estadísticas parecen corroborar – ¡bendita ciencia del número que todo lo clarifica! – que hay tiempos más proclives para las despedidas.
Esos tiempos poseen un alto componente subjetivo, por motivos psicológicos o de estado de salud. Sea como fuere, ser depositarios de virus o bacterias, que producen síntomas intensos, despierta la alarma o la prevención con mayor prevalencia. Es como si el horizonte se oscureciera y la claridad se ausentase. En el caparazón de la angustia nos ovillamos para no ser testigos de nuestro propio destino, ese que desconocemos y que tememos.
Y los otros, que saben de nuestra supuesta retirada temporal, se quedan a la espera. Una demora ensombrecida por la ignorancia del estado real del ausente. Será tal vez un final sin despedida, como tantos otros. La congoja nos acompaña en esos momentos de soledad en los que quien ha enfermado padece doblemente, y quien aguarda siente el vacío perforándole el estómago y una carencia irreparable.
Tal vez, se produzca un regreso a la normalidad y todo quede en una mala experiencia -que anticipa lo venidero- e inclusive riamos de nuestros temores infundados. O, quizás no. Y esta posibilidad, que desconocemos hasta qué punto puede prosperar, nos mantiene paralizados, reconcomiéndonos ante nuestra impotencia.
Son momentos propicios para que retornen los fantasmas del pasado y, aquí, el grado de sufrimiento depende de lo fantasmagórico que fuera nuestro ayer. Algunos nos vemos ante tumbas, sentados, dialogando como si solo hubiese cambiado el entorno y nos acecha un dejà vu de ficciones escritas. Nos atormentamos sintiendo que no estábamos preparados para tal suceso, y una voz interna insiste en recordarnos ¿quién está preparado para marchar y quién para que determinadas personas marchen?
Hay tiempos en los que la incertidumbre entre vivir o morir se acentúa, y poco nos sirve de consuelo recordar que Platón ya se apercibió de que la vida era una preparación para la muerte; sobre todo cuando el hachazo que culturalmente sentimos entre un estado y su contrario es casi irreconciliable.
Espero te encuentres bien. Un abrazo querida Ana.
Cuídate mucho.
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Gracias, Elvira. Hay momentos mejores y otros peores, pero aquí seguimos trabajando! Un abrazo!!!
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Muchas gracias, Ana.
Me da gusto leerte. Seguimos en contacto. Otro abrazo!!!
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Como dijo recientemente Pérez Reverte, debríamos crecer con la idea asumida de que todo puede variar en un segundo y así, en el caso de que suceda, estar mentalmente preparados. Para lo bueno y para lo malo.
Mucha sangre fría.
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