“La esperanza es lo último que se pierde”

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“La esperanza es lo último que se pierde” es una frase hecha[1], que se dice popularmente, cuyo contenido es paradójico. La utilizamos cuando no nos queda nada, y aún así queremos algo que nos consuele. Cumple, en este sentido, una función que elude la asunción de lo que hay, deseando algo que siempre esperamos porque nunca llega.

Es, a mi juicio, la expresión de la impotencia, del fracaso reiterado en la persecución de algo, y la huida de lo que consecuentemente deberíamos hacer: claudicar y centrarnos en otro propósito.

Lo trágico de esta situación es cuando lo buscado es algo nuclear. Es decir, no estamos esperando conseguir un móvil con más prestaciones, ni una entrada para un partido de fútbol que nos hace mucha ilusión, sino que lo querido es necesario para existir y vivir.

Nos hallamos, por lo tanto, en circunstancias de urgencia, perentorias e irrenunciables. No podemos cambiar un querer por otro, ya que lo que deseábamos en primera instancia respondía a condiciones sine qua non para subsistir.

Así aludir a la esperanza, en las circunstancias descritas, es manifestar con cierto eufemismo que aquello imprescindible no puede ser conseguido y estamos en manos del azar, de la compasión ajena, o del mismísimo abismo.

En síntesis, la esperanza se retiene cuando uno no puede asumir que no queda atisbo de ella.


[1] Cuando Pandora logró cerrar la “caja”, sólo quedaba un elemento dentro: la esperanza. Es por ello que muchos consideran que la frase “la esperanza es lo último que se pierde” proviene de esta historia griega.

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