No podemos eludir el paso del tiempo; si así fuera éste no sería tiempo. Su naturaleza, según la concebimos los humanos, es precisamente fluir continuo, deslizarse, y nosotros como embarcados en un navío no elegido vamos recorriendo su estela. Atrás queda el pasado, que nunca lo es realmente, ya que resta inoculado en todo nuestro ser corpóreo. Ahora, es el instante que cuando creemos haberlo percibido ya engrosa la mochila del pasado; y el futuro es un supuesto que esperamos que se haga presente, pero del que no tenemos ni experiencia, ni por ende certeza. Sin tiempo no hay posibilidad de comprender el mundo, ni a nosotros mismos, por ello nos pasamos la existencia recordando lo acontecido y trayéndolo al presente, y el presente lo supeditamos a un futuro del que no sabemos ni tan siquiera si tendrá lugar.
Sustanciamos el tiempo porque nos vivimos en él, y huelgan razones para considerarlo una condición necesaria de nuestra capacidad de comprender o cualquier otra que sustente su realidad para los humanos.
Desearíamos sustraernos a él; sin embargo, esa imposibilidad es coherente con nuestra experiencia de que cuanto hay empíricamente constatable está sujeto al cambio, la corrupción y la finitud. Ésta delinea nuestro existir, desde que nacemos hasta que morimos, es el margen del que disponemos para hacer algo con esta existencia que somos.
Aproximarnos cognoscitivamente al máximo a cómo sea lo real, no evita que prevalezca la manera en la que nos vivimos y nos sentimos, y aún más en esta época en la que el individuo es el punto de fuga del mundo, aunque sin le Otro no seamos nada. Una anécdota gráfica respecto del momento actual tuvo lugar cuando mi hija era pequeña. Señalando al suelo con el dedo le dijo a su abuela: “El papa li diu catifa, la mama li diu alfombra i jo li dic pasta de dents”. Entiendo que fue una aventajada del tiempo que le ha tocado vivir.
Bonita reflexión, el tiempo siempre desafía a nuestros pensamientos. ¡Saludos!
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