Un tumulto de miembros y de garras atenaza el cuerpo inerme de la inocencia, que es ingenuidad e ignorancia del mal que supura del alma. Después, solo dolor, malestar y sufrimiento, incomprensión. Silencio, no saber decir, no poder hablar. No entender qué debe ser explicado ni por qué, cómo surgió la fiera, qué hice yo, qué ocurrió, ni a qué se debe el dolor. Mejor callar y dejar que el tiempo borre lo que no parece encajar en la linealidad de lo posible.
