Los humanos no podemos dejar de ser antropocéntricos, a menudo hasta la saciedad. En primer lugar, porque no poseemos la capacidad -que se asemejaría más a la de una divinidad- de mirar cuanto hay desde una óptica externa. Por mucho que nos propongamos hacerlo, es un desiderátum más que una posibilidad efectiva. En segundo lugar, porque esos intentos de des-centrarnos, yendo asociados a su vez a la voluntad de reivindicar lo singular, propio de cada individuo, huyendo de universalidades, tan solo logran el re-centramiento: ahora, en la comprensión y sensibilidad de la peculiaridad de cada humano. Somos la especie que observa para inteligirse, y a partir de ahí comprender el mundo. Operamos bajo la convicción implícita de que, conociéndonos a nosotros, estaremos en condiciones de delimitar qué conocemos de lo Otro.
A esta actitud se ha llegado tras siglos de búsqueda y respuestas que han ido siendo revisadas y modificadas, pulidas, ajustadas. En consecuencia, nuestro bagaje muestra que, aquello que decimos hoy de nosotros y lo otro, no responde a una fuga caprichosa ante la impotencia. Antes bien, constituye una ardua lucha por entender, comprender y decidir con criterio qué hacer, a partir de lo que sabemos. Sin embargo, parece que estemos condenados a un ciclo siempre en marcha, un laberinto sin salida por el que siempre vamos a merodear desesperando, rabiando de ignorancia. Y esto por varias consideraciones que hacemos a continuación:
- Tránsito constante de lo conceptual a lo singular y viceversa.
- Inutilidad de las palabras para dar cuenta del interior y, a menudo, de lo exterior a nosotros.
- Necesidad de metáforas que, como imágenes, puedan aproximarse con mayor fidelidad a la emoción, o incluso a aquello de lo que queremos dar cuenta mediante conceptualizaciones, que suponen siempre la renuncia a lo particular.
No ignoramos, en absoluto, los esfuerzos por lograr un método científico y un lenguaje riguroso que nos permita conocer. Pero no olvidemos que el conocimiento científico buscar lo común, lo constante y lo repetitivo que pueda tomar forma de ley, ya sea por una base empírica sustanciosa o por pura estadística. Nunca alcanzamos un conocimiento acabado, absolutamente certero de cuanto somos y nos rodea.
Lo relevante, aquí, es que siempre necesitamos seguir indagando para desvelar los misterios que aún no hemos revelado y que regulan -según nuestros supuestos- la Naturaleza. Y, más aún, sobre aquellos interrogantes acuciantes que hacen referencia a nuestra existencia como individuos que deben seguir arrostrándola, entiendan o no el para qué.
Con relación a esta última cuestión, ha habido y hay pensadores que aceptan el absurdo de la existencia y del dolor que esta comporta. Entienden que su forma de expresión es lo poético, lo que huye de conceptualizaciones y recurre a símiles, imágenes que nos permitan intuir la situación en la que nos hallamos. Procurando zafarnos del engaño de hacer que la cosas parezcan ser lo que queremos que sean, que todo tenga un propósito que justifique y haga más liviano nuestro esfuerzo por seguir existiendo.
Recomiendo, en este sentido, escuchar la conferencia que Chantal Maillard impartió hace un par de años y que adjunto en el siguiente vídeo. Una filósofa poeta que, a pesar de los premios, no ha sido suficientemente valorada en sus reflexiones, ya sea mediante el ensayo o sus poemas. ¿Por ser mujer? ¿Por estar más dedicada a lo importante que a obtener reconocimiento? Sirva este artículo para quien subscribe este escrito reivindique la necesidad de escuchar a personas que como ella siguen pensando, incluso cuando dan una conferencia y de repente se aperciben de que algo no encaja. Quizás porque nunca encaja nada, tal y como los humanos querríamos que encajara.
Se adjunta el enlace del vídeo porque el propietario lo ha inhabilitado para reproducirlo que otros sitios webs. Ver desde Youtube.
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