El ansia no es compañera afable de la indagación filosófica. Consiste en una inquietud, un desasosiego por todas las investigaciones anteriores, clásicas, y las contemporáneas que nunca podremos leer, con la calma que exige hacer justicia a los textos. Leer a un pensador te conduce necesariamente a la lectura de otros sin los cuales es tarea infértil el propósito de comprender al primero. El estudio riguroso de un autor es tarea de años y de leer en la lengua en la que éste escribió, lo cual no es una cuestión menor.
El trabajo de investigación se va ramificando y, a su vez, restas como un espectro ausente de otras lecturas que pueden ir despuntando como necesarias para entender el mundo, la condición humana y plantear las preguntas que cuestionen aquello que los tiempos requieren, para que su cambio veloz y fluctuante se dirija en la dirección más beneficiosa para lo humano.
El ansia no favorece la reflexión y, para mitigarla, debemos aceptar nuestras limitaciones, y confiar en que otros harán lo que nosotros hemos desestimado hacer, al elegir una línea de investigación. Toda elección es un abandono, y aquello relegado deja de nutrirnos. Sin embargo, nuestra decisión de profundizar en un aspecto concreto del mundo, iniciándonos mediante textos de referentes indiscutibles de la filosofía, es ineludible, ya que no podemos saber de todo.
Recuerdo que, en mis años de juventud, cuando entraba en una librería y me quedaba horas ojeando libros en la sección de Filosofía, me iba hundiendo en un desánimo y una impotencia que me condenaba a renunciar a leer mientras estaba sumida en ese abismo. Trabajaba cuarenta horas semanales -como mínimo- mientras estudiaba la licenciatura de Filosofía. Mi convicción de que no podría especializarme en ningún aspecto determinado, o autor que me introdujera en él; más la inmensa constatación de que no sabía nada -y no impostaba a Sócrates, en mi caso era cierto-, me llevó por pragmatismo a limitarme a seguir las lecturas que los estudios académicos me imponían y que no siempre disponía del tiempo para efectuar en condiciones. Así es que, convencida de que como mujer en un mundo de hombres -corrían los años ochenta- necesitaba una titulación que me diera acceso a un trabajo que me resultase gratificante, me entregué a la tarea de completar los estudios reglados. Esto me hizo mariposear por una diversidad de autores, que en pocas ocasiones pude leer directamente, y, cuando lo hice, tampoco fue por elección sino como condición sine qua non para afrontar una materia en concreto -recuerdo en especial “El ser y la esencia” de Santo Tomás-.
Hay pues entre los filósofos -como aspirantes a saber- los que aprendimos mucho más durante nuestra etapa como docentes que como estudiantes. Quizás porque pudimos abordar con más rigor a parte de los grandes maestros clásicos y modernos, y porque no hay mejor manera de aprender que tener que transmitir o enseñar el pensamiento de otro. Lo que se muestra comprensible para ti, podrá ser explicado con claridad; lo que no, más vale desestimarlo -si el temario te lo permite-.
Finalizada esa etapa de docente vuelve a incomodarme, en ocasiones, esa ansia de juventud, siendo consciente de cuánto no he leído y no podré leer. Es un ejercicio de humildad y de realismo que, por suerte, hoy no me paraliza. Hago mis elecciones, movida por inquietudes que la vida misma ha gestado en mí, e intento hacer alguna lectura puntual que no necesariamente se relaciona con el proyecto de ensayo que intento llevar a cabo.
¡Es tanto lo que debo releer o leer con seriedad! Si logro esto, podré estar satisfecha, al margen de que de esta indagación florezca o no algún texto que diga algo nuevo, que aporte una reconceptualización que sirva para avanzar en respuestas provisionales hacia mejores formas de vida. No todos nacimos con aptitud filosófica, aunque quizás nos defina una actitud filosófica inquietante.
Los recuerdos de esos años en la facultad ante esos docentes que te impulsaban a abandonar la carrera y dedicarte a otra cosa que diera de comer, !deberíamos haberlos escuchado en vez de intoxicarnos de filosofía, poesía y otras amlsanas aficiones que no dan de comer pero como reflexionas con el estómago vacío¡…Mi otro Yo que no perdona el haber elegido este filo´sofico destino, sorry….
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Si te encanta!!!!
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Si, me encanta, pero no se lo menciones a mi otro Yo pues se priva y le da rabia mental…
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jajajajajaj
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