La constatación de que el humano es un ser en proceso, cambiante, fluctuante, regresivo y que, éste siendo mutable no es lineal, sino simultáneo con cuanto ha sido, es y proyecta ser, ha sido sostenido con variedad de argumentos por pensadores como Zubiri, Zambrano, Maillard y aún hoy por una diversidad que convergen en el intento de liberar lo humano de categorías fijas, que predeterminan y asfixian. De esta forma la pluralidad, diversidad y multiplicidad -que todo sea dicho no usan como sinónimos exactamente- encuentran su lugar casi de forma natural, y con ello parece que un lugar que sea habitable, como dice Butler, y en el que cada uno pueda experimentar su dignidad.
Esta concepción, haciendo ahora de abogado del diablo, deja ciertos resquicios que no son menospreciables, a la liquidez que denunció Bauman de nuestros tiempos, a la difuminación de límites y a un todo vale si es, cuyas consecuencias seguramente serían cuestionables. Por otro lado, tampoco logra que esta visión que intenta no desvincular el yo del nosotros, siendo el primero dependiente del segundo, derive en la aparición de comunidades en las que los lazos sociales sean la condición de igualdad y justicia.
La cuestión que emerge, tras esta brevísima formulación, es si esa concepción, que es en gran parte ajustada al surgimiento del Yo, tiene suficientemente en cuenta el egoísmo que también nos constituye y que aflora en los momentos en los que probablemente más necesita la comunidad de nosotros. A esto hay que añadirle que esa plasticidad de la condición humana también facilita el camino al poder económico neoliberal que lucha por atomizar y disgregar grupos para ejercer su sinuoso dominio de forma discreta.
Mostrar, o que se muestre, lo humano en su amplio espectro es necesario, para que no prosperen esencialismos que nos impongan cómo debemos ser. Sin embargo, no puede menospreciarse los riesgos de que esta diversidad múltiple puede ser la catapulta para arraigar aún más, como si fuese parte de nuestra constitución como humanos, los principios del capitalismo consumista y a cuyo éxito contribuye la atomización de lo social.
Quizás contemplando lo que hay, parece prosperar claramente el individualismo, y esa apuesta por concienciar que, en realidad somos un nosotros, reste como un ideal utópico. Este último ha podido ser objeto de ninguneo, aniquilación y silenciamiento, sin embargo, es cierto que no posee más que el apoyo una parte de los ciudadanos, de ese demo que no es nada más que una palabra usada ad hoc por los que se están imponiendo y están dominando el discurso mayoritario -aunque sibilinamente incluya la sagrada diversidad que en el fondo le viene como anillo al dedo–
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