Vivimos tiempos convulsos. Esta afirmación podría ser válida para muchos momentos históricos, la diferencia es que estos tiempos son los nuestros. Precisando más, es nuestro tiempo, ese presente que lleva en sí el rastro del pasado y el vértigo sobre el futuro.
Nos inquieta la escalada bélica en Europa -las que llevan décadas en otros continentes menospreciados rozan nuestra indiferencia- a raíz de la guerra desatada en Ucrania. Aún vivimos bajo los efectos económicos de la pandemia que se han aliado con los de la guerra. Nos azora el cambio climático, antes el cual vemos que no hay una decisión tajante para minimizarlo por parte de las organizaciones internacionales. La pobreza rezuma por doquier, y crece en los países supuestamente más desarrollados. Hay países -como España- con un problema de acceso a la vivienda grave, ya que los alquileres igualan y superan el salario mínimo interprofesional, y las compras son inaccesibles para jóvenes y esa población que por su precariedad salarial nunca ha tenido opción de ahorrar ya que, con suerte, ha sobrevivido. Los límites que permitían racionalizar el mundo se han diluido, parece que todo sea una continuidad, algo discontinua, que dificulta la comprensión de lo humano y su mundo. Necesitamos un cambio de paradigma para entender y entendernos, la razón categorial ha quedado superada por la diversidad y multiplicidad de lo que hay. Lo cuantitativo resbala en el intento de dar cuenta de determinadas realidades. Necesitamos mirar desde lo cualitativo un mundo que se nos manifiesta como un caos incomprensible.
Hemos creado una cultura fundamentada en la razón y en la valoración de lo cuantitativo; necesitamos nuevas formas de acceder a una cierta comprensión del mundo, aceptando que esa continuidad ya no es conceptualizable y que las imágenes, las metáforas pueden dar cuenta de ese mundo nuestro, para que tal vez deje de parecernos tan caótico y sepamos cómo actuar y cómo lo colectivo puede ser transformador; pero solo si previamente somos capaces de asumir ese cambio de registro de nuestro conocer.
La comprensión del mundo, sin necesidad de que todo encaje matemáticamente es fundamental para saber dónde estamos, qué tiempo vivimos y cómo, si el individualismo se impone, no poseeremos ningún poder de transformación. La apuesta por la acción de un colectivo concienciado es imprescindible. Lo contrario, comporta dejarnos arrastrar por lo impuesto como caos incomprensible. Y en consecuencia bajar los brazos, sumirnos en el conformismo y en la desesperanza, porque esa liquidez que nos envuelve diluye la posibilidad de identificar de qué debemos zafarnos y qué debemos cambiar si queremos un mundo donde lo humano -en todas sus manifestaciones- tenga cabida.
💙
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Excelente reflexión!!
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