Poseídos por un denuedo desbocado, carecemos de la templanza requerida para bosquejar trayecto alguno. Y por ello somos arrastrados a padecer penurias del alma, que empobrecen y denigran, porque no decidimos, sino que actuamos como forma de desfogue de las impulsiones que podrían vigorizarnos, pero que por la ausencia de raciocinio nos abocan a situaciones