Mientras la clase política nos brinda a todos los ciudadanos un espectáculo inédito entre corrupciones, interferencias entre los poderes del Estado, “debates” que pueden ser caracterizados de todo menos de voluntad constructiva de diálogo, de intencionalidad de ser lo que son, representantes del pueblo al servicio de éste, existe una inmensidad de personas comprometidas profesionalmente
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Mientras la política sea un espectáculo –o un “sálvame de luxe”- la gestión de lo público, orientada al bien común, será un eco lejano innecesario para mantener el poder.
Ante el desprecio y el ninguneo que los políticos destilan, en sus obras, de las necesidades ciudadanas, esta fallida democracia –que no por ello dictadura- ha sido y es la decepción del siglo. Después de largos años de dictadura, con una transición pactada para negar el pasado y no reparar ni a unos, ni a
La corrupción de la clase política y de los empresarios que han contribuido y de los que han callado -¿dónde estaban los sindicatos?- ha sido, y es, uno de los acontecimientos más graves de la democracia española. Su develamiento cotidiano, lejos de provocar la hilaridad que le hubiese correspondido, ha provocado la apatía e indiferencia
El poder es una tentación diabólica para la mayoría de mediocres que entran en contacto con él. Tan solo, un escaso grupo de hombre y mujeres honrados y excelsos salen indemnes de tal incitación. Pero estos acostumbran a pasar desapercibidos, cuando deberían ser reseñados por su tenacidad y rectitud en esa selva viperina.
Cuando hablamos de corrupción acostumbramos a referirnos, en las organizaciones especialmente en las públicas, a la práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquellas en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores –RAE- Sabemos que en estos actos corruptos participan también empresas privadas para conseguir concursos públicos o porque