Presuponemos la existencia de un “yo interno” al que nos aproximamos, a tientas, mediante símbolos y metáforas. No lo concebimos de naturaleza inefable, ya que comportaría la negación del sujeto como conciencia, pero sí arduo de identificar y expresar. Así, aludimos al “vacío” como un espacio horadado sin contenidos emocionales significativos, a la “tristeza” como