Los que dilucidamos sobre qué es lo real nos complicamos excesivamente el asunto por la deuda cultural con una racionalidad que hoy está en crisis. Me refiero a esa razón que se cree capaz de dar cuenta de todo, antes o después, y que se ve torpedeada por la no-racionalidad del fluir de un mundo,
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Es difícil escribir disociándose de la propia existencia. Como si uno se hallase trascendiéndose a sí mismo y observándose, ajeno al acontecer material. Tal vez sea deseable, ya que la distancia lograda permite templar lo observado, si es eso sobre lo que discernimos. Sin embargo, puede convertirse en una forma de negación que nos permita
Su espacio emocional era inmenso, excesivamente voluble y susceptible ante los gestos ajenos. Su inercia la com-pasión, esa capacidad de padecer con el otro por su sensibilidad empática. Y, coherentemente, la disponibilidad para sostener a los que sabía que estaban sufriendo, haciendo lo que fuese necesario para el otro. Sin embargo, esta naturalidad con la
Si relegamos el rostro ajeno, sucumbimos a perpetuidad a perder el propio ante el espejo, porque aquel que no se reconoce en el otro no puede hacerlo en un otro especular. Y es que, tal vez quepa decir, el rostro no es la apariencia física –sería la cara- que parece diferenciarnos, sino la expresión del


