La partida de un lugar al que nunca más habrá retorno es una despedida dolorosa. “Nunca”, advertimos, porque las circunstancias, las personas y la coyuntura específica no pueden recuperarse, aunque volvamos insistentes al mismo espacio. Así, quien ha experimentado esta serie de pérdidas como algo habitual, incorpora la vivencia de la despedida como separación absoluta,
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Las separaciones siempre resultan perturbadoras y abruptas; aunque percibamos con antelación su suceder, el corazón encogido y agazapado se escuda para no desbordarse y proyectar redes que impidan lo inevitable. Sabemos de la naturaleza caduca de todo cuanto hay en el existir, pero no nos resignamos y zarandeamos mentalmente la vida para conferirle una elasticidad
Nos atenaza el vértigo generado por la separación. Esa marcha ineludible pactada, implícitamente, de antemano. Porque habiendo partido hacia ningún lugar propio, culebrean nuestras entrañas al pensar quién nos añora y ansía regresarnos. Si nadie se siente morir tras nuestra marcha, para quién existimos y quién dará cuenta de nosotros en la despedida final, durante
Las separaciones forman parte del fluir natural de la vida, aunque algunas sean devastadoras y estanquen esa fluencia originaria.
Acaso el tiempo que transcurre entre el ayer en que queríamos detener la vida y el mañana, sea un embrujo vano e imaginario. Porque en estos lares todo cuanto percibo ha mantenido el ritmo acostumbrado, como si los que no existiéramos fuésemos nosotros ni nuestro absurdo hechizo de magia. Los símbolos no son más que