Protegemos al otro inoculándole una dicha artera, persuadidos de que la sustentaremos fielmente, sin apercibirnos de cómo se filtran por los poros los sentires genuinos. Y así, vagamos sin mostrar indicio alguno de ese vadeo absurdo que nos reviste; ingenuos, cándidos y crédulos de nuestra capacidad de impostar. Hasta que, acaecida una noche, supuran las
Etiqueta: Transmitir
Nadie puede dar lo que no tiene. Parece una verdad de Perogrullo. Pero quizás ocurre que constatamos haber inoculado en nuestros hijos aquello que creemos no poseer ¿de dónde procede ese recurso beneficioso? Diría que de esa íntima guarida protegida que nos permitió sobrevivir a nosotros mismos.