Regresar emocionalmente, desde la soledad, con alguien que ya apura su final, es un intento de búsqueda de lo mejor que restará en ti tras su partida. Es un duelo que se inicia con anterioridad a la separación real que tiende a facilitar la elaboración de ese acto definitivo.
Pero si ese proceso retroactivo no puede, por mucho escudriñar que se proponga quien fuere, proporcionar experiencias benévolas de la relación, el duelo se aventura un propósito imposible. Antes bien, se avecina un saldo de resentimiento, dolor y odio que acompañará de por vida.
Así, quien daña en lo esencial a aquellos que debía dar vida los condena al infierno de no poder olvidar.